La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar

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Parte P


No tengo idea de cómo Ansgar logró convencerme de asistir a la celebración y enfrentarme a la gente que, como cuando vivía en Tryuna, me veía primero como doncel y luego prestaba atención al resto de mi persona.

Por fortuna, en el momento que entramos al gran salón la fiesta estaba en su apogeo, así que Ansgar y yo pasamos desapercibidos. A pesar de ello, no logré sentirme completamente cómodo; mi acompañante lo notó, y me dijo que podríamos huir a los jardines del castillo si la situación dejaba de ser soportable. Yo me propuse resistir todo lo posible; quería demostrar que, aun siendo un doncel, era un digno guerrero de Valkar, nombrado paladín de la Corona por la princesa misma.

El salón donde tomaba lugar la celebración desbordaba alegría. Había montones de personas disfrutando de la música, la comida y la bebida. Recorrí el lugar con la mirada, observando lo que sucedía en cada rincón del salón. No tardé nada en encontrar a los duques de Neilung, parados en un extremo de la sala; su presencia, a pesar de no robar la atención de todos los invitados, podía sentirse desde lejos. De ellos emanaba una energía que sosegaría a cualquier corazón inquieto.

Randall Holz, el padre varón de Rustam, era idéntico a su hijo, pero la barba que poblaba su mandíbula lo distinguía de él, otorgándole la imagen de gallardía que se complementaba con su ropa y con la larga capa carmesí que portaba sobre sus hombros. Neiman Holz, el padre doncel de mi amigo, posiblemente era la persona más bella del lugar, después de Ansgar; tenía piel sumamente clara, al igual que su cabello, y su vaporosa ropa blanca le sentaba perfectamente. La parte más peculiar del duque consorte de Neilung era que, a diferencia de los demás donceles en el lugar, él estaba usando pantalones.

Randall y Neiman Holz, sujetándose del brazo con profundo cariño, conversaban con Ancel y con Rustam amenamente. Me extrañó no ver a este último con la princesa, pero no tardé en entender por qué: al fondo del salón, siendo el centro de atención debido a un amplio escalón que sobresalía del suelo, la princesa Maia batallaba por concentrarse en escuchar lo que le estaba contando el hijo del duque de Radgar. El rey se encontraba a su lado, observándolos a ratos mientras vigilaba el salón entero disimuladamente. Podría jurar que era capaz de oír cada una de las conversaciones de los invitados.

Al poco rato de haber llegado a la celebración, Rosalinde, la hermana menor de Ansgar, se acercó a nosotros con una sonrisa; me saludó, e inmediatamente tomó a mi acompañante de las manos para llevárselo.

—Papá quiere hablar contigo —dijo ella, tirando de los brazos de su hermano, quien se resistía a caminar.

—Luego hablo con él. También estaremos aquí mañana. —Ansgar me miró, como si pidiera ayuda—. Dile que no puedo ir en este momento. ¿No ves que estoy acompañando a Einar?

—Papá quiere hablar contigo hoy. Einar no se perderá si lo dejas solo durante un momento.

Asentí con la cabeza, para que Ansgar lo viera. Después de lo sucedido en la ceremonia de la mañana, lo mejor era atender cualquier asunto que involucrara a la familia e intentar arreglar las cosas. Esa era, incluso, una de las razones por las que me encontraba en la celebración.

Ansgar cedió. Mientras yo lo seguía con la mirada y le veía llegar con el General Volksohn de las manos de Rosalinde, alguien se acercó a mí y me hizo volverme para hablarle de frente.

—Empiezo a creer que no te servirá de lección lo que pasó en la mañana.

Mi padre se cruzó de brazos. Al mirarlo, por un instante me invadió un miedo más grande que el que imperaba sobre los soldados en el campo de batalla. Al igual que en la guerra, a ese miedo le siguió el coraje.

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