211 50 4
                                    


La curiosidad carcomía por dentro a Keon, quien no podía esperar a escuchar el resto de la historia. Desafortunadamente, su nuevo maestro pospuso el relato para el día siguiente, cuando empezaran a entrenar: tenían el tiempo encima.

Por la mañana, sin saber cómo, Einar encontró la habitación donde dormía su alumno; no dudó en entrar y hacer escándalo para despertarlo a él y, de paso, a todos sus compañeros de cuarto, quienes se habrían quejado de no ser porque quien había interrumpido su sueño era la mano derecha del rey Rustam.

El soldado hizo que los chicos se alistaran y salieran a buscar a sus maestros antes del desayuno. Tras la comida comenzaron los entrenamientos, que para todos los reclutas fueron un infierno.

En el caso de Keon, parecía no poder más al poco tiempo de haber empezado. Einar tenía lista la rutina de cada día, y no permitiría que su pupilo lo hiciera perder el tiempo que no tenía. La guerra se aproximaba, no era momento de ser piadoso con los ejercicios.

Para distraer un poco al chico mientras lo veía correr y dar saltos por la sala de entrenamiento, el soldado contó otra parte de su historia, tanto para motivarlo como para tener algo que hacer aparte de observar a Keon sofocarse con cada repetición que hacía de la rutina que el otro había preparado.

DornstraussDonde viven las historias. Descúbrelo ahora