𝒕𝒉𝒆 𝒍𝒊𝒔𝒕 𝒐𝒇 𝒊𝒅𝒊𝒐𝒕𝒔.

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—Que no, mamá —me volví hacia la repisa dejando uno de los diez medicamentos que debía tomar a diario. Si el doctor estaba de buen humor eran ocho. Cuando discutía con su novia eran doce.

Me sentía manejado por un incompetente emocional.

De todos modos, ¿yo qué podía hacer? Me siento muy bien.

Escuché un adiós distorsionado hasta que llegó el sonido de que mi mami había colgado la llamada.

Suspiré cerrando la puerta de la repisa y volví a paso lento a mi cama. Me cubrí hasta los hombros, dejando a la vista de la fría mañana sólo mis ojos y mi cabello.

Soy Lee Felix, el chico del cáncer.

Desde que supe que iba a morir me dediqué a buscar al indicado, al chico especial, al príncipe azul, al sapo de los cuentos.

Pero al parecer cuando mencionabas cáncer era como hablar de sida. Se terminaban alejando.

Incluso tenía una lista. Y tenía a varios ahí. Y varias otras listas.

𝒍𝒊𝒔𝒕𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒊𝒅𝒊𝒐𝒕𝒂𝒔.

Buscar al hombre encantador ideal no era tarea sencilla. Aún peor portando el virus letal del cáncer. Parece que ellos se pasaban el dato de que un loco virgen estaba tan desesperado para pagar por unos meneos.

Al principio llegaron muchos, es decir yo me ofrecía en bandeja y con ningún compromiso de por medio, la idea funcionaba genial para todos.

Pero cuando el rumor de mi inevitable enfermedad se supo ellos se perdieron más rápido de lo que llegaron.

Había un chico en particular.

Sonrisa linda, ojos cálidos, piel más pálida y facciones hermosas. En cuanto mencioné el tema él bromeó. Creyó que era una broma o prueba secreta por alguien, la CIA, FBI, área 51, y hasta los illuminatis estaban como posible culpable.

Pero de pronto dejó de reír. Y dijo: — Viejo, luces fatal. ¿Realmente tienes cáncer?

Entonces la cita para un próximo encuentro sexual se volvió una tarde de charla. Ahora es mi mejor amigo. Está en la lista de los idiotas porque lo adoro un demonio y amo molestarlo.

El idiota número dos era distinto. Diferente en todo lo que podríamos llamar al idiota número uno. Lo encontré en la escuela tratando de meter sus manos en el pantalón de un chico mucho menor que él. Yo como intruso sin respeto pregunté entre medio de gemidos y ronroneos del menor en cuestión.

Simple y directo.

— ¿Quieres tener sexo conmigo?

Obviamente como un irrespetuoso me gané un gruñido de odio insultando a mi mami.

No creó que importará tanto, digo, si le enoja ser interrumpido, ¿por qué tiene sexo ahí?

— Vete. —le gruñó al idiota que acechaba. Salió corriendo como un real conejo asustado.

¿El pendejo era alguna clase de Cristian Grey? ¿Un Gangstar de Bronx?

— Eres el chico del cáncer, ¿cierto? —preguntó tan frío que sentí que lo hacía para ser amable y no darme la mirada de todos. Odiaba la lástima tanto como el cáncer.

— Me encanta mi popularidad —sonreí.

— Luces bien para tener cáncer —siguió pero esta vez si sentí su asquerosa lástima. Sus ojos escrutadores me analizaban—. Pero no podría.

— Tengo cáncer. No sida —murmuré irritado.

— Aún así no podría, chico. Lo siento.

Se vistió y me dejó ahí con ganas de algo más que pajas mientras le veía el trasero.

Uno muy lindo por cierto.

A veces lo veía en las clases de mi amigo, sólo me veía y yo sólo ignoraba su presencia.

Al estar tan enfermo me sobraba el tiempo. Así que junto con la laptop me aventuré en buscar a algún pene que no me tuviera lástima.

El segundo idiota lo conocí en una cafetería. Yo estaba esperando a Chan mientras bebía de un té. Sabía que él estaba viéndome.

Las cosas fueron muy rápidas.

Se acerco a mi mesa, nos fuimos al baño, me besó como un loco. Hasta que vio mi brazo lleno de cicatrices por las agujas de las terapias.

Mientras me besaba el señor idiota susurró con excitación: —Dios, tus brazos. ¿Usas heroína?

No tiene caso mentir.

—No, es por las quimioterapia. Tengo cáncer.

Inmediatamente dio un salto. Se alejó tres metros de mí y escupió. Gritó algo como puto loco y se fue dejándome en la melancolía.

Yo sólo quería sentirme bien, sentirme querido, sentirme deseado.

Suspiré y todo bien otra vez.

Lavé mi cara y volví a suspirar. Me relajé contando hasta diez. Al terminar de contar ya volvía a mí la sonrisa radiante de siempre.

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