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—¿Señor Auron?— escuchó su llamado a través de la puerta, se volteó desganado, ni siquiera se levantó.

—¿Qué quieres Adán?— preguntó simple mirando a la puerta.

—Quizá es hora de que empiece a salir, lleva mucho tiempo encerrado en su habitación.— El moreno se encontraba preocupado por la situación de su compañero, pues, desde la muerte del morado no parecía mejorar, era casi imposible verlo salir de su cueva pues sólo se le veía ir al baño y comer.

—No.— Dijo a secas y se volteó, cubriéndose hasta el tope con el cobertor. No quería salir, no quería ver a nadie, no se sentía con el valor de verlos a todos menos a quien amó hasta la muerte.

Escuchó el crujido de la perilla rodar y como se arrastró la puerta, permitiendo que el pelimarrón entrara. Sintió como este tomó asiento detrás suyo, posando una de sus manos en su hombro, mostrando consuelo.

—Auron, yo sé que esta pérdida te duele pero no puedes encerrarte por siempre, tus amigos se preocuparán si desapareces tanto tiempo. Además, a Vegetta no le hubiera gustado que te escondas en las sombras de tu cuarto para siempre.—

—Pero Vegetta ya no está.—

Adán guardó silencio, no sabía como animar al mayor.

—Si tienes hambre, la comida está lista en la cocina.— Avisó mientras se levantaba, para después abandonar la habitación.

Sabía que el de ojos oscuros tenía razón, pero no quería hacerle caso. Le gustaría encerrarse ahí para siempre y pudrirse hasta que no quede nada de él más que sus cenizas, que las tiren a la lava y se pierda todo rastro de él.

No sabía porque se siente tan herido si ni siquiera tuvo algo que ver, probablemente podría ser porque no pudo confesarse y se guardaría ese sentimiento para siempre, y aunque esperaba que algún día lo pudiera superar, estaba seguro que no podría.

Estaba sumergido en lo más profundo de su mente, hasta que un pequeño ruido lo despertó; volteó hacía donde se escuchó y vio su lapicero tirado, se le hizo extraño pues llevaba mucho tiempo en la estantería y nunca se había caído, aunque pensó que fue un animalillo que estaba escondido ahí.

Sin darle mucha importancia se puso de pie y lo recogió, para después volver a colocarlo en el estante. Decidió bajar de una vez a la cocina por su comida, esperando que no se haya enfriado.

Subió nuevamente con su plato en mano y al abrir la puerta, la sorpresa hizo que este mismo plato cayera de sus manos, estampándose con el suelo y rompiéndose a la vez. Su habitación era un desastre, todos sus libros estaban en en suelo y había hojas por doquier, el lapicero ahora se encontraba postrado en la cama, la cual se encontraba destendida. Parecía que un tornado había azotado contra el lugar, inmediatamente dio vuelta pero cuando iba a salir la puerta se cerró estrepitosamente. 

—¡ADÁN, ADÁN, AYUDAME!— rogó desesperadamente, golpeando la puerta con insistencia.

No se dio cuenta cuando fue tomado del pie, pues fue jalado rápidamente de este y botado a la cama de una manera salvaje.

—¡Por favor no me hagas daño, te lo suplico!— pidió en posición fetal, no se atrevía a abrir los ojos por el temor de encontrar a algo terriblemente horrible. Esperaba cualquier cosa, y esperó, esperó y esperó. 

Abrió uno de sus ojos lentamente, notando que al parecer ya nada estaba pasando. Rápidamente saltó de la cama y corrió hacía la puerta, agradeció a Dios que esta estaba abierta.

L'oportunitat que vaig perdre - Vegeplay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora