I. Sueño

40 4 0
                                    

Creo que soñé con algo... Soñé que me moría, pero no tenía miedo. Bah, no sé, no me acuerdo de nada, pero me da como esa sensación de malestar que le queda a uno cuando pasa una mala noche. Mierda, hasta me cuesta moverme. Me habrá pasado un tren por arriba. La cabeza me late, y tengo todos los miembros cansados. ¿Me estoy enfermando o tengo resaca? No sé qué opción es peor. ¿Tanto tomé anoche? No me acuerdo... ¡No me acuerdo de nada! ¡Qué mierda! Estoy hecho más pija que a mis dieciocho, y ahí sí que por poco me muero de una patada al hígado.

―Buenos días.

Al lado mío hay una mujer, desnuda, en mi cama... No, ésta no es mi cama, y tampoco estoy en mi departamento.

―Hola ―es lo único que me sale decir.

Ella sonríe y se recuesta bocarriba, exponiendo sus pechos, redondos y de buen tamaño, naturales, jugosos...

―Ah... ¿Te quedaste con ganas? ―señala mi erección incontrolable, que ni siquiera cubriéndola con una frazada puedo disimularla.

Esto no está bien, para nada bien. ¡Y para colmo no sé qué me jode más! No saber qué mierda pasó anoche, no saber qué cuerno hacer ahora, o directamente no acordarme lo que hice con esta chica. Nomás sé lo que le quiero hacer ahora, pero ni loco, no puedo, ni tampoco puedo fingir que sé algo, no la quiero engañar.

Estoy por confesarme, cuando me sorprende con un beso profundo, directamente un chape sin restricciones. Los ojos se me cierran, queriendo aferrarse a su imagen, y toda angustia que pudiera tener se desvanece con el roce de su cuerpo contra el mío, con sus caderas encimándose a mi regazo. Me monta como una diosa, me invita a seguirle el ritmo para luego ir acelerando, me inspira a no contenerme en nada. ¿Quién carajo es esta piba y cómo hace para tenerme así? Me hace sentir salvaje, libre.

Llegando al clímax, la agarro por la cintura y la echo a un costado para abalanzármele. Pego unas cuantas sacudidas y me deshago adentro de ella, siento por un instante toda la tensión de mis músculos para después hacerme de piedra y quebrarme en miles de pedazos, como si me convirtiera en aire. Tardo mucho más tiempo, sin embargo, en darme cuenta de lo que hice:

―Te... Te acabé adentro... ¡Mierda, perdón! ―Me acuesto a un lado, demasiado agitado para decir algo coherente.

―No hay drama, ¡ja, ja! ¿No te acordás? Te dije que me ligué las trompas.

―Ah... ¿De en serio?

―Sí. Che, ¿querés tomar algo? ―hace ademán de estar a punto de levantarse.

―¡Bancá! Eh...

Mirar directamente a esos ojos castaños es tremendo, literalmente te deja sin habla. ¡Me encanta!

―¿Pudiste...? ¿Pudiste terminar?

Ah, qué cara de boludo que tendré ahora mismo. Ella, en cambio, está tan fresca y radiante, con una sonrisa tan grande y contenta. Es como si estuviera soñando, no puede ser real.

―Quedate tranquilo ―Me da otro beso, y otro, y otro hasta que me vuelvo a sentir más liviano que el aire―. Tuve un orgasmo mientras estaba encima.

No puedo pensar. Estoy demasiado perdido viéndola levantarse de la cama y yendo hacia un sillón, donde reconozco que está tanto mi ropa como la suya. Es preciosa. Tiene una tez olivada, el pelo castaño y largo hasta mitad de la espalda. Desciendo un poco más y aprecio la línea de su espalda, la forma de su culo, el movimiento de sus piernas. Está para comérsela cruda. ¡Pero no! ¡Cómo puedo ser tan tarado!

―¿Estás bien? ―me vuelve a sonreír, terminando de vestirse―. Anoche... Pasaron muchas cosas ―arquea las cejas con picardía.

¡NO!

Gemma y otros cuentos nocturnosWhere stories live. Discover now