Capítulo 13

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Stellina

Violett

Nota del autor: Para mayor deleite del capítulo se les recomienda escuchar esta canción en el momento que la nombran:

Mis huesos se escuecen, y un dolor indescriptible recorre mi espina dorsal. No lo puedo creer, aquí estamos otra vez.

Siento mi estomago contraerse provocando una arcada asquerosa que saca todo mi interior, haciendo que vomite sangre sin contenerme.

—Aquí estamos otra vez, ángel— su asquerosa y repugnante voz llena mis oídos mientras termino de limpiarme los labios con el dorso de la mano.

—Cuánto tiempo sin verte — me burlo con ironía.

Casi cantaba victoria al no haber tenido una sola pesadilla desde que llegué al campamento, no sabía si atribuir ese hecho a que el teniente coronel me dejaba casi muerta o por otra razón.

—Yo también te extrañé — su voz se escucha más robótica y áspera que antes, y sin quererlo levanto la cabeza para enfrentarme a mi verdugo personal.

El piso se siente frío como siempre, el cemento y la llave goteando me acompañan en mi desilusión.

—¿Me reconoces? ángel — sus ojos fríos están sobre mí, esta vez tiene una apariencia completa; va vestido de traje, cabello negro bien peinado hacia atrás y sus ojos negros me miran con odio.

—Ay claro que sí, ¿Eres el hombre que estaba en mi bañera, verdad? ¿Me puedes decir quién te mató y dejarme en paz? — al parecer mis palabras irónicas no le agradan del todo, porque en ese momento siento una punzada de dolor en el brazo y escucho mi hueso romperse mientras un grito de dolor desgarra mi garganta.

—Veo que hoy estás de mejor ánimo.

Y me vuelvo a reír a pesar del dolor, por dos razones; uno, sé que es una pesadilla y que el dolor no es real, aunque si se siente como uno muy real. Dos, estoy harta de verlo, desde que apareció en mi bañera lo he visto casi todos los días sin falta.

—Creí que ya me habías dejado tranquila — vuelvo a hablar desde el piso, mientras me retuerzo y trato de volver a levantarme.

—En parte sí y en parte no — murmura y se empieza a pasear alrededor de la habitación.

Escucho las suelas de sus zapatos sonar con cada paso que da, volteo para poder ver algo de su figura y lo único que alcanzo a ver son sus zapatos, que también son negros como todo lo que lleva puesto, pero me recuerdan a unos que Brott solía usar en las cenas importantes que daba su hospital.

Asumo que son caros, porque Brott nunca usa algo de menos de 5 o 6 cifras.

—Y bueno, ¿Qué me vas a decir hoy? ¿Qué tengo dos lobos persiguiéndome? Siempre que vienes me dices algo raro; Tres espadas clavadas en el corazón, Mensajera de la muerte. ¿Hoy qué te toca?

Escucho como sus pasos se detienen por un segundo y vuelve a andar, pero ahora acercándose a mí.

Siento el tirón doloroso de mi cabello, asiéndome jadear y levantándome del piso.

—Te equivocas ángel, no son dos lobos. Son dos bestias y en hora buena ya conociste a una — mis piernas están estiradas y mi mandíbula tensa tratando de soportar el dolor del tirón de cabello, mientras él me sisea todas estas porquerías cerca del rostro —Tu destino está echado.

ARRITMIA ©®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora