♕ | 𝓽𝔀𝓮𝓵𝓿𝓮

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Cuando alguien muere todo cambia de manera inconsciente, la luz parece iluminar de otra manera, o al menos hacerlo de manera más oscura. Hasta en el sitio en el que más luz da, parece haber oscurecido. Quizás esas sensaciones se agravan cuanto más cercana era la persona fallecida a uno mismo, o estas quedan cubiertas de alguna manera.

Aloia Ubeira siente la muerte cómo una amiga, cómo alguien que aceptar y con la que aprender a convivir, ese ser que está esperando a un pequeño tropiezo para hacerse contigo. Pero este caso es diferente.

La defunción de Esther Rodríguez simplemente ha puesto en el punto de mira a todas las personas de las que ella desconfiaba. Sólo tiene la certeza de que pronto habrá más cuerpos conocidos, pero no es capaz de hacer un cerco alrededor de todos los posibles objetivos.

El humo baja por la garganta de la morena, la cual no deja de ver hacia la grandiosa catedral desde su hogar, da golpes suaves con la punta del pie sobre la alfombra pensando en todo lo que ha sucedido. Lleva semanas más reflexiva que nunca, pocas veces se había parado a estudiar todo lo que le estaba pasando.

Baja la mirada hacia la calle, las personas siguen caminando, al igual que el mundo sigue girando. Un asesinato más, una investigación más, nada realmente importante para una persona ajena al circo en el que se encuentra involucrada la castaña.

El timbre la sobresalta, provocando que el cigarro caiga al canalón que hay bajo su ventana. Aloia observa cómo el cilindro se humedece en el poco agua que hay ahí recogida y suspira molesta. Peina su pelo hacia atrás, camina hacia la puerta bostezando.

— Buenos días — una voz llena de alegría la recibe desde el pasillo —, una carta certificada para la señorita Aloia Ubeira — el hombre sonríe, con los ojos puestos en la castaña, la cual asiente—. Si puede echarme una firmiña aquí, por favor.

— Por supuesto — el sonido de un pestillo llama la atención de la chica, sus ojos conectan con su vecino más mediático.

La chica firma con rapidez y entra para recoger unas llaves, cierra la puerta a sus espaldas para ir directa hacia Nuno, el cual se mantiene en la puerta sin dejar de mirarla. La morena toca el hombro del hombre mayor con cierto cuidado, él niega bajando la mirada hacia el felpudo. El cartero desaparece escaleras abajo.

— Mi más sentido pésame por su pérdida — la voz aterciopelada de la chica sólo incomoda a Nuno, el cual niega apretando sus labios.

— No quiero hablar de esto aquí.

Aloia asiente, se separa ligeramente del hombre que tiene delante para dejarlo ir hacia dónde desea. Él introduce la llave en el bombín y la morena suspira, pensando en volver a entrar en esa casa que ahora luce tan distinta y se siente tan ajena a ella.

El olor que un día identificó cómo vainilla parece ser distinto, o al menos no recibirla a ella con aprecio o cariño. Aloia traga saliva, con cuidado de seguir al hombre con la mayor distancia posible. Su posición encorvada denota cansancio, además de la manera en la que arrastra los pies.

— Se lo dije a Esther... le dije que esto iba a acabar con ella — su voz grave suena rota, Aloia lo observa en la distancia, él se sienta en uno de los sillones, quedando de cara al paisaje gallego—. No sabía que eras tú cuando te conocí, me parecía demasiada casualidad que fueras aquella persona de la que mi hija hablaba con tanta esperanza, tiempo después vi una foto tuya al lado de tu padre y todos los hilos se unieron — Aloia traga saliva, el hombre gira la cabeza, mirándola con el mentón apoyado sobre su hombro—. ¿Sabías que era yo cuando nos conocimos? — la castaña niega— Ven aquí.

Redención Where stories live. Discover now