Capítulo I

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Capítulo I

Era un día gris y tormentoso; aquel en el que la joven presentía que algo no iba bien puesto que podía escuchar con total claridad desde su humilde hogar los gritos provenientes de las frías calles de Londres.

Entonces se puso en pie de su incomoda cama y se dispuso a salir de aquella habitación que compartía con su hermana menor. Caminó por los estrechos pasillos de la humilde morada y tomo un chal un tanto elegante que yacía sobre el perchero junto a la puerta principal.

—¿Vas a algún lugar mí querida Anna?

Escuchó decir a su madre, quien se hallaba en la cocina; era una mujer de cabellos oscuros y ojos azules muy claros exactamente como los de ella, la cuarta de sus cinco hijas: Annabell.

—Así es madre, creo que algo muy malo ha ocurrido y llámame loca pero creo que eso tiene algo que ver conmigo.

La madre de la joven salió de la cocina sosteniendo una taza de té.

—Yo no creo que estés loca, Anna. Si crees que necesitas ir, ve y en cuanto sepas que es lo que tiene escandalizado a medio Londres. Ven a contármelo.

Dio un sorbo a su té y luego continuó hablando.

—Ah y por favor ten mucho cuidado, no quiero que vayas a enfermar. Abrígate, llévate el paraguas, y algo más... no tardes, porque como tú ya bien sabes, tu padre llega esta misma noche.

Terminó de beber su taza de té y la apartó; dejándola sobre una mesa que yacía en la pequeña sala que no tenía más que eso y un sillón.

—De acuerdo madre, no tardaré, así que no te preocupes y te aseguro que lo menos que deseo es tener problemas con mi padre.

La joven terminó de acomodarse el largo y oscuro chal que resaltaba de su pomposo pero sencillo vestido color blanco.

— Hasta pronto, madre.

Se acercó a su madre y le dio un pausado beso en la frente para luego tomar el paraguas que estaba junto al perchero y salir por la puerta principal.

Inmediatamente salió de su casa, un hombre de aproximadamente la misma edad que ella; de tez marfil, ojos oscuros que reflejaban cierto misterio en ellos o al menos eso es lo que le pareció a ella, cabellos igualmente oscuros y un poco largos pero sin llegar más allá de la altura de sus hombros, apoyó una de sus manos en el hombro de la joven y le miró frunciendo el ceño; llevaba puestos oscuros guantes de cuero negro.

Ella se paralizó por completo puesto que creía que aquel sujeto era un delincuente; quizá un asesino o puede que inclusive uno de esos repugnantes hombres que gustan aprovecharse de las mujeres.

—¿Es usted la señorita, Annabell Collinwood?

Aquel hombre la miró fijamente a los ojos y la joven se quedó un poco atontada viéndole pues sentía que aquel hombre con aquellos oscuros ojos podía ver mucho más allá; tuvo la sensación de que él podía saber todo lo que yacía en su mente con tan solo mirarle y eso le resulto excesivamente extraño, pero a la vez fascinante.

—Así es ¿Por qué, señor?

Ella le miró confundida pues no entendía por qué motivo aquel hombre le buscaba.

—Me temo que no le traigo buenas noticias. Hemos hallado a su prometido, el señor Vicent Lowell sin vida, a unas cuantas calles de aquí. Todo parece indicar de que se trata de un homicidio.

Comentó aquel sujeto empapándose bajo la lluvia y apartando rápidamente su mano del hombro de la joven. Mientras ella permanecía bajo su paraguas.

Los versos del Poeta Muerto (En proceso de edición)Where stories live. Discover now