Capítulo XVIII

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Capítulo XVIII

Al llegar a la lujosa y enorme residencia de Pauline ambos bajaron del coche.

Entonces el detective caminó hasta donde se encontraba Robert ya listo para partir mientras la pelirroja llamaba insistentemente a la puerta sin recibir respuesta alguna.

—¿No viene usted conmigo, amo Woodgate?

Preguntó el amable anciano.

—No, me temo que no Robert. Pero no se preocupe usted que tan sólo estaré aquí por un rato, no planeo pasar la noche en este lugar... tengo otros asuntos de mayor importancia de los que he de ocuparme.

—¿Asuntos de trabajo, amo Woodgate?

—No, hoy no. Creo que ya he trabajado lo suficiente por varias semanas ¿No lo cree usted, Robert?... Es tiempo de... ocuparme un poco de mí.

Una sonrisa se dibujó en los labios del anciano cochero y mayordomo del detective, quien verdaderamente se alegraba de escuchar eso.

—Ya era hora de que se dedicase usted más tiempo, amo Woodgate. Pero... por favor, no olvide usted ir siempre con cuidado.

—Sí, lo sé, Robert. La verdad es que... siento mucho haber preocupado a mi querida hermana Emily, a ti y a todos los demás que siempre han estado allí para mí.

—Está bien, amo Woodgate. Usted bien sabe que siempre estaremos allí para usted, aún en los días más oscuros... Ya hace un tiempo que hice aquella promesa que cumpliré... hasta el día en que haya de partir para siempre de este mundo.

—Emily y yo siempre le estaremos eternamente agradecidos por habernos salvado de una vida miserable. Es por ello que... todas las cosas que nos pertenecen, también son suyas, mi siempre fiel y viejo amigo... mi segundo padre... mi muy apreciado, Robert.

—¡Evan! ¿No va usted a acompañarme?

Mencionó de repente la pelirroja, quien finalmente había decidido usar la llave que traía consigo en su bolso de mano para abrir la puerta y aguardaba por él en el umbral de la puerta.

—Por favor, ve con cuidado, Robert. Hasta pronto.

Mencionó el detective y sonrió amablemente al anciano, quien no se marchó hasta después de que le viese entrar a la casa de aquella mujer que a él nunca había conseguido agradarle.


—Evan, pase por favor y póngase cómodo. Mientras yo... tomaré un baño.

—De acuerdo. Pero por favor, recuerde que no pienso permanecer por mucho tiempo aquí, señorita Pauline.

—Lo sé, lo sé, seré lo más breve posible, lo prometo. Y... agradezco profundamente que me haya usted acompañado. Porque sabe usted... usted es ahora lo más parecido a un amigo que me queda tras...tras... el asesinato de la pobre Sarah.

El bajó la mirada y se sentó en uno de los sillones.

—Muy bien, yo... regreso en unos instantes. En caso de que desee usted algo de comer o de beber... por favor aguarde por mí ya que... el día de hoy les he concedido el día libre a mis muy estimados empleados.

—No se preocupe, señorita Pauline. Realmente no me apetece nada, y me parece muy adecuado el hecho de que usted les conceda a sus empleados días libres. Es de cierta manera... bastante sorprendente... tratándose de alguien como usted.

—Hay muchas cosas que usted ignora sobre mí, Evan, pero... ya hablaremos de ello. Por favor, siéntase como si estuviese en casa.

Comentó la pelirroja e hizo una breve reverencia para luego subir las escaleras moviendo sus caderas de la manera en que sólo solían hacerlo las señoras y señoritas de los más altos status, algo que al detective nunca le había agradado puesto que consideraba tal acción sumamente exagerada e innecesaria.

Los versos del Poeta Muerto (En proceso de edición)Where stories live. Discover now