Prólogo

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Walden estaba caminando por las concurridas calles de Vasbeza, la conocida como "Capital de la magia", los carruajes circulaban con facilidad por las carreteras asfaltadas, y los ciudadanos entraban y salían de los edificios para trabajar o realizar sus quehaceres. El hombre se detuvo y revisó un papel de su bolsillo para asegurarse de que esa era la dirección correcta. Un edificio antiguo hecho de madera y piedra, que desentonaba demasiado entre los muchos edificios modernos o los rascacielos a su alrededor. El edificio en cuestión se trataba del orfanato. Walden había hecho espacio en su agenda para organizar una clase con los niños de ese lugar. El hombre entró al edificio y fue directo al despacho del director, quien enseguida lo saludó con respeto y llamó a una de las profesoras para que lo guiara a la clase de la que se encargaría.

Walden caminaba por un pasillo largo y angosto, carente de decoración. La mujer que lo guiaba caminaba mirando de vez en cuando las puertas para asegurarse de que llevaba a su visitante a la habitación adecuada. Finalmente, ambos se detuvieron delante de una puerta idéntica a las otras con las que se había cruzado, con diferencia de la placa en la que ponía la edad de los niños, en este caso 7. Desde detrás de la puerta podía escucharse la voz de los niños, aunque era muy difícil distinguir lo que estaban diciendo, o a juzgar por el volumen con el que se escuchaba a través de la puerta, gritando.

La mujer abrió la puerta de la clase, el ruido se hizo más alto, los niños estaban descontrolados por toda el aula.

—Niños, tranquilos, hoy tenemos un invitado muy especial —anunció la mujer, caminando hacia su escritorio. La mujer se sentó con los niños aún sin hacerle caso, y en cuanto lo hizo dio un fuerte golpe contra la mesa—. ¡Todos a sus asientos! —gritó, perdiendo los estribos. Inmediatamente todos los niños le hicieron caso y se sentaron todos con los dedos cruzados, fingiendo que no habían hecho nada malo—. Como he dicho, hoy ha venido a daros clases de magia uno de los Eruditos.

Todos los niños tenían cara de no tener ni idea de lo que le estaban hablando, pero solo uno levantó la mano, preguntando enseguida lo que todos los demás niños estaban pensando.

—Los Eruditos son unos archimagos muy fuertes que velan por nuestra seguridad junto a su jefe, el Sabio. Hablamos de él el otro día ¿Os acordáis? —preguntó la profesora, dando paso a Walden. El hombre entró mientras levantaba la mano hacia los niños como saludo. En cuanto vieron que el invitado al que había traído su profesora era un hombre de casi cuarenta años, todos se decepcionaron.

—¿No es muy viejo? —preguntó uno de los niños, obligando a la profesora a levantarle la voz por ser tan grosero con el Erudito.

—No pasa nada —dijo el hombre, quitándole importancia al asunto mientras daba un paso hacia delante—. La verdad es que no soy tan viejo, de hecho, soy el Erudito más joven de la historia —informó, provocando una ovación por parte de los niños—. Bueno, hoy he venido aquí para enseñaros un poco de magia, porque al igual que vosotros yo soy huérfano y sé que es muy difícil seguir adelante estudiando por tu propia cuenta. —explicó, tratando de empatizar con los niños—. ¿Podemos salir a fuera? Creo que es mucho más seguro, por si algo se descontrola o sale mal.

La profesora asintió, y se puso en pie para acompañar a los niños y al Erudito hacia la salida del orfanato. Nada más salir, el hombre señaló a una gran torre, tan alta que podía divisarse desde cualquier lugar de la ciudad.

—Aquella torre es el Tepqual. La gran torre de los archimagos, allí es donde los Eruditos y el Sabio estudian y se aseguran de que nadie haga cosas malas —explicó el hombre, abriendo paso hacia el centro de la ciudad; su destino era una plaza específicamente diseñada para que la gente pudiera practicar la magia sin ocasionar ningún tipo de peligro a los demás ciudadanos.

El Protector de MaranWhere stories live. Discover now