Natalia Ortiz es programadora y becaria en la empresa que ahora asume la presidencia por la mano de Lorenzo Martinez, el joven jefe, italiano y atractivo que llega para cambiar su rumbo en la vida.
Pero una desastrosa coincidencia acaba por llevar L...
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Capítulo 5.
Lorenzo
Abrí la puerta a Jaime que ya venía sonriendo con su típica postura de cachondeo. Para él todo era una diversión.
—Te aviso ya que no estoy de humor —le dije. Él empezó a reír, como previa. Hice una mueca de disgusto.
—¡No me jodas! Yo tan poco estaría de humor si la única vez que pidiese en matrimonio a alguien me hubiera hecho una peineta —su risa se intensificó y mi mal humor también. Me recordé el gesto de Natalia.
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Juro que cuando la vi erguir el dedo y mandarme a la mierda, literalmente, sin palabras, me dejó a cuadros. Nunca nadie había osado tratarme así. La verdad es que también no había pedido nadie en matrimonio, diciéndole que era de mentira.
La imagen de su rostro ofendido me perseguía todos los segundos. Aquellos ojos verdes azulados color mar, preciosos, se tornaron un gris por la intensidad de sus emociones y me dejaron hipnotizado. Eran los ojos más bellos que había visto jamás: en un rostro angelical que se tornó fantasmagórico, bajo mis peticiones.
—Y ¿qué piensas hacer al respeto? —preguntó Jaime sentándose en el sofá, mientras yo servía bebidas para ambos.
—No pienso hacer nada. Mucho ya he hecho yo. Cagarla —solté.
—No seas así. La chica está asustada. Vas tú y sueltas una cosa de ese calibre, así, sin más, es normal que haya reaccionado de esa manera.
—Y ¿cómo quieras tú que le pidiese en matrimonio? ¿Con un anillo y la rodilla en el suelo? —bufé, dejando las bebidas encima de la mesita baja, de frente para el sofá donde me senté también.
—No era mala idea. Más tradicional, pero suele resultar.
—¿Cuál es la parte de que esto es un acuerdo que tú no has entendido? —Jaime no me estaba ayudando nada.
—Lorenzo, un acuerdo en el cual tú dispuesto a comprar una esposa, ¿no te parece que cualquier persona sensata se ofendería con eso?
—¿Lo dices en serio? No me digas que tú no conoces un montón de chupasangres que darían el culo y siete pesetas para aceptar algo así, hasta por menos.
