2. (Acacia)

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Dormí tarde. No me gusta dormir tarde. Tampoco pude dormir temprano, la vecina no podía apagar la alarma que encendió por error. Fui a ayudarla, empero mis esfuerzos por ayudarla fueron en vano; la alarma siguió sonando. Me quedé en mi living tratando de conciliar el sueño, pero con el pitido proveniente de la casa de la mujer era imposible. Al pitido se le sumaban los perros, que luego se callaron, sin embargo, fueron reemplazados por una percusión, por fortuna no era muy fuerte. Ésta fue tocada por un buen rato, exactamente hasta que la alarma se apagó. Me puse de pie, abrí la ventana e imité el sonido dándole golpes a mi pared por mero aburrimiento. Encendí la luz de mi casa, y al no oír nada de vuelta, repetí la percusión. En ese segundo intento recibí una respuesta. Minutos después, reconocí que el sonido venía de una casa celeste del pasaje Las rosas. Me quedé alrededor de siete minutos golpeando mi pared; mis manos quedaron rojas y doloridas, aunque ya están mejor.

No descansé mucho, pero al menos tengo energía. Con eso estoy satisfecha.

Tallo mis ojos con una mano mientras que, con la otra, riego el almendro que se encuentra en la entrada de mi casa. Saco el teléfono del bolsillo de mi pantalón y veo que son casi las diez de la mañana. Suelo despertar temprano. Me gusta aprovechar los días, a veces se me ocurren buenos planes para mantenerme más ocupada durante la jornada. Los estudios y cuidar a los hermanos pequeños de Marlene ya me quita bastante tiempo.

Estoy a punto de terminar de regar las plantas del terreno. El jardín es grande, más o menos dos veces mi casa, la cual es pequeña y de un piso. Soy feliz con mi casa, en ella pude tener todo el sosiego que me hizo falta por años.

Observo las flores del almendro, me enorgullece haberlo cuidado tan bien. Con solo acariciar los pétalos me imagino el dulzor de la almendra apoderándose de mis papilas gustativas. El hambre me vence al pensar aquello. Recuerdo que tengo algunas pasas en la cocina, así que termino de regar el almendro y me dirijo al sitio mencionado.

El ruido del motor de un automóvil me detiene. No pasan muchos transportes por el sector, menos por este pasaje. La curiosidad vence a mis antojos y decido volver al jardín.

El vehículo se detiene fuera de mi casa. Observo al ser humano que va sobre el automóvil. Es un chico, lleva el uniforme de una empresa de servicio de correspondencia y unos lentes oscuros. Me sonríe, amistoso, y baja sus lentes, dejando a la vista sus ojos verdes. Sonrío al reconocerlo.

—¡Ray! ¡Cuánto tiempo! —Me acerco al transporte del recién llegado

—Me alegró saber que te traería este paquete. Hace muchos meses no hemos hablado, casi un año. —Se baja del automóvil.

—¿Cómo estás? —Le doy un corto abrazo.

—Por suerte todo ha estado bien. ¡Tengo un nuevo trabajo! —Entusiasmado, señala su camisa y el vehículo que se ubica detrás de él—. ¿Qué hay de ti? No veo tantos cambios. —Frunce el ceño mientras analiza la parte exterior de mi vivienda.

—Nada nuevo, tampoco tengo nuevas amistades.

—No me sorprende. Veo que apenas has cambiado. Debes hacer más amigos, Acacia, ¡te estás enviando paquetes a ti misma! Eres mi amiga desde la escuela, me importas, aunque no hablemos tanto como antes, y sabes... sabemos —corrige— que debes conocer a otras personas para que no vuelvas a hacer esto.

—¿Paquetes? —Arrugo la nariz—. ¿Qué paquetes? Yo no he hablado con nadie que quiera enviarme un paquete. Tampoco estoy loca como para enviarme algo a mí misma.

—Confío en ti, pero esta caja dice lo contrario.

El chico saca una caja cuadrada del interior del automóvil. Ray la voltea sin cuidado alguno y señala la cara que tiene la información del remitente y del destinatario. La leo, concentrada. La voz del hombre interrumpe mi lectura.

¿Cambiarías nuestro futuro? (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora