Capítulo 3: Estábamos perdidos

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Poder correr era un motivo de alivio, aunque fuese sin rumbo y sin avance, aunque no llegase a ninguna parte. Poder correr liberaba al menos una cuarta parte de su terror.

Corría. Y corría. 

Corre. No te atrevas a detenerte. 

Corre, tú que todavía puedes.

Poder correr, incluso allí, en aquella bruma oscura, tenía un cierto algo reconfortante. Sentía que a cada paso que daba le faltaba el aire, sí, pero era una sensación muy distinta a ahogarse por efecto del humo putrefacto que acosaba sus pulmones, los contaminaba y los intoxicaba, arrancándole de cuajo la capacidad de respirar. No había un sabor a tierra y sangre inundando su boca ni un dolor tajante partiéndole el corazón. Y sudaba, cierto, pero eran sudores fríos. En su carrera desesperada no había calor de ningún tipo. Aunque esa especie de huida de la muerte debería haberle puesto los pelos de punta y se los ponía el conjunto de sensaciones tan opuestas a las que solía sentir le tranquilizaba.

Sus pesadillas las normales, las que eran de verdad suyasse habían ido magnificando con los años y el resentimiento, con las heridas acumuladas. Cada vez que se despertaba el dolor en su pecho y el ardor en su estómago eran más intensos que la anterior. El recuerdo, más y más vívido. Las traumáticas memorias deberían haber ido diluyéndose con el tiempo y, sin embargo, Jiang Cheng era incapaz de deshacerse de ellas, de dejar de soñarlas como si hubiesen ocurrido ayer mismo. Las sensaciones estaban claras y cada afrenta volvía a dibujarse ante sus ojos noche sí y noche también. Todo lo que podía hacer mientras su propia mente lo torturaba era quedarse quieto, aplastado contra el suelo, llorando como lloró en su día. Aguantando la agonía de la humillación, tan terrorífica como la del dolor físico. Inmóvil, incapaz, justo como lo estuvo en su día ante la crueldad de las manos de Wen Chao. Ahora correr así, huir así, era liberador.

Por un momento, uno muy efímero, ni siquiera lo procesó como una pesadilla. Luego llegó el frío.

Hacía demasiado frío allí, una oposición radical al calor, al fuego del infierno en el que los Wen convirtieron el Muelle del Loto. En la opresora oscuridad, todo lo que sentía era el frío, la falta de aire asolando sus pulmones y el picor de unos pies descalzos agotados de tanto correr. Y, sin embargo, su cuerpo seguía corriendo. Aunque gritasen "¡detente!", aunque tratase de detenerse. Una fuerza superior a la suya le instaba a seguir avanzando aunque sintiese que, de dar un paso más, se moriría. Y ni siquiera así lograría deshacerse del gélido pavor que le envolvía, de la culpa que le golpeaba en las costillas como una piedra lanzada por una mano no menos inocente que la propia. 

Corre.

Corre.

Al principio, Jiang Cheng creyó estar solo en su carrera sin rumbo ni sentido. Lo único que alcanzaba a escuchar al margen de sus propios jadeos agobiados era el silencio. Ni risas ni insultos ni el restallar del látigo de disciplina sobre su torso amoratado. Poco tardó en darse cuenta de que se equivocaba, pero los sonidos no eran tan evidentes y ensordecedores como en sus sueños habituales. Había susurros a su alrededor, comentarios inexplicables emitidos en una voz tan baja que el ruido de sus pisadas los opacaba. En una lengua que a veces no lograba entender. Habría tenido que detenerse para oírlos, y lo único que sabía era que no podía quedarse quieto. Los murmullos nunca se hicieron más audibles, aunque poco a poco pudo atinar a vislumbrar las siluetas que los emitían. 

Al principio no fueron más que manchas al frente, como el incierto destino hacia el que se dirigía. Parecían otros cultivadores, o sus sombras, por lo menos. Pequeños grupitos localizados en los márgenes de su visión que se perdían entre las nubes negras cada vez que intentaba mirar en su dirección. Si alguna cara se le quiso hacer conocida en la inexplicable lógica de los sueños, dejó de reconocerlas al mirarlas, al tropezar con sus propios pies y sus propias pesadas túnicas, su recordatorio particular de que debería dejar de hacer tonterías y seguir. 

Shuoyue [XiCheng]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora