Segundo libro de la saga "Adelaide Snape".
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Tras haber cursado su último año de educación muggle, Adelaide comienza sus estudios en Hogwarts siendo conocida por dos cosas: ser la hija del profesor de Pociones, Severus Snape, y amiga...
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Permanecí inmóvil, en silencio, observando las grandes letras cuyo color escarlata se derramaba por la pared. Mis ojos no querían posarse en la gata de Filch, pero tampoco querían seguir fijos en el escalofriante mensaje del muro. Quise retroceder, ocultarme entre mis amigos, pero mi mano seguía agarrotada alrededor de la túnica de Harry y él no quería moverse, estaba tan rígido como la Señora Norris.
—¿Qué es lo que cuelga ahí debajo? —la temblorosa voz de Ronald se escuchó entre el silencio.
Entendí al instante que hablaba de la gata y no había necesidad para mí de comprobarlo, pero, por inercia, mis ojos bajaron unos centímetros hasta ver nuevamente al animal. En esta ocasión, apreté mis párpados con fuerza y giré la cabeza. Alguien me tomó del brazo y me jaló hacia atrás hasta chocar contra su cuerpo, abrazándome, obligando a mi mano a reaccionar y soltarse de Harry. Supe que se trataba de Hermione porque pronto sentí su esponjado cabello hacerme cosquillas en la nariz.
—Vámonos de aquí —apremió Ronald con la voz ahora estrangulada por el miedo.
Abrí mis ojos para ver por dónde empezaríamos a caminar, creyendo que nos iríamos inmediatamente de ahí; sin embargo, Harry nos detuvo:
—¿No deberíamos intentar...?
—Háganme caso —insistió Ronald, interrumpiéndole—. Mejor que no nos encuentren aquí.
Pero entonces se escucharon los pasos.
—Creo que ya es tarde —murmuré, divisando al final del pasillo las siluetas de los alumnos de Hogwarts, quienes regresaban en ese momento del banquete de Halloween para meterse a sus dormitorios.
Poco a poco, los estudiantes comenzaron a rodearnos por los tres pasillos que conformaban la intersección donde nos encontrábamos, dejando un espacio entre ellos y nosotros, como si fuésemos los portadores de unos furúnculos contagiosos. Hubo murmullos durante un minuto..., dos...; pero pronto se fueron deteniendo paulatinamente hasta convertirse en silencio. Todos observaban el mensaje, a la gata y a nosotros, hasta que alguien gritó:
—¡Temed, enemigos del heredero! —citó Malfoy, apuntando hacia las letras rojas de la pared. Su dedo índice bajó hasta posarse en Hermione—. ¡Los próximos serán los sangre sucia!
—¡Cállate! —grité, antes de que pudiera procesarlo.
El apestoso panqué dirigió sus pálidos ojos hacia mí, sonriendo al saber el lío en el que nos habíamos metido esta vez. De pronto, una voz más ronca se escuchó entre la multitud. La figura de Filch no tardó en aparecer entre los alumnos y sentí la sangre desaparecer de mi rostro al recordar lo que colgaba en la pared.