Uno o sobre cómo odio a Ulises

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X. De pronto un hoyo en mi pared dejó entrar la nieve. Me desperté y tenía mucho, mucho frío. Mal dije con todas mis ganas el viejo departamento dónde vivía, serían las 9 a.m. pero no había ni rastro del sol. Bernardo, que es un buen amigo fue hacia mi habitación para preguntar -¿Estás bien?- Todavía molesto y adormilado, abrí la puerta para que pudiera ver el agujero en la pared. No parecía sorprendido, quizá esperaba algo más grave o ya estaba acostumbrado a mi pijama de conejo. Quién sabe lo que pasó por su mente... pero después de unos segundos sólo pudo decir -¿Vas a ir? La invitación sigue sobre el refri- Molesto o mejor dicho decepcionado le enumere No, tengo que escribir, llorar, lamentarme por el pasado... y, ah, casi lo olvido ¡Reparar el puto hoyo en mi pared!- Con la misma cara inexpresiva me respondió -Te puedo ayudar con la pared, lo demás es lo de siempre, tú puedes- Tú ganas, pensé. -Bien, empecemos por la pared, necesito pantalones.- Asentó con la cabeza y cerró la puerta. Luego de quitarme la pijama y tener pantalones y un suéter decente salí, mejor dicho, salimos a buscar un carpintero. Por cierto, no lo encontramos, pero si una tabla lo suficientemente larga y ancha como para la pared. Seguía nevando así que llevarla a casa fue toda una aventura, de haber sabido hubiera llevado bufanda. Llegamos a casa e hice el almuerzo, era lo menos que podía hacer como agradecimiento a Bernardo. Después de comer puse la tabla en su lugar sin ayuda, porque me sentí lo suficientemente capaz. A decir verdad, aparentaba estar bien fijo. Ya no había rastro de nieve en mi habitación, lo cual era una terrible noticia porque entonces todo estaría mojado. Después de lamentarme porque mis mejores manuscritos ahora era una sopa de letras inapetecible, Bernardo, me recordó que si quería ir era momento de arreglarme. -Puff igual y "la historia del payaso la cazadora y yo" no era tan buena- Me dije mientras recogía el desorden para poder planchar mi traje. Después de una reconfortante ducha, pude vestir mi ropa de gala, completamente de negro porque según yo iba de luto. Salí de mi habitación con un porte bastante elegante. Bernardo ya no estaba, en su lugar, una nota que decía "Te veo allá, no quiero escucharte llorar todo el camino." Y a un lado unos pañuelos como para complementar su chiste. Si era un chiste... ¿No? Como sea, tome los pañuelos y mi abrigo para salir. La bufanda, no olvides la bufanda. Sí. Bernardo tenía razón quise llorar casi todo el camino, pero primero fui al remolque de Julieta. Con una falsa esperanza de verla antes de irme. Llegue, toque un rato la puerta, entre extrañandola y esperando. Nadie abrió, así que saque mi juego de llaves. Entré, era un lugar muy estrecho, pero que conocía de memoria. Adolfo estaba sentado frente a la computadora. -Hola, eh. Ulises, ¿cierto?- Odio que me llamen así, digo, sí, es mi nombre, pero no me llames así. O quizá era mi odio particular a Adolfo. -Hola, sí. ¿Y Julieta?- dejo de mirar la pantalla, se levantó, noté que iba desnudo del torzo para arriba. -No sé, dijo que tenía algo importante que hacer y salió temprano.- Me dijo con esa odiosa voz. Trate de ignorarlo y fui hacia la habitación de Julieta. En efecto, no estaba y por Dios, ojalá pudiera sacarme la imagen de la cabeza. A ver, yo sé que me lo gané por curioso, como el monito pero ahhh. Ver la habitación de Julieta como arrasada por una tormenta de pasión desenfrenada. Estoy casi seguro de que su brasiere estaba tendido sobre el tocador y el bóxer del imbécil de Adolfo rondaba el ventilador, ni hablar de la cama que guardaba las siluetas del sudor mutuo y como para terminar de vestir la habitación, una pantaleta envuelta entre calcetines, justo a mis pies. De repente, el pendejo de Adolfo tocó mi hombro -Anoche estuvimos muy entretenidos- dijo con esa estupida sonrisa, digo, es una gran sonrisa aunque solo me inspira a golpearlo. O quizá era mi odio particular a Adolfo. El caso es que mientras seguía diciendo quién sabe que cosas yo sólo podía pensar en lo tonto que era su nombre, Adolfo: Ado - L - Fo, lo odio, me da asco. ADOLFO suena como adobo y golfo, sí. Y eso es lo que eres, un golfo. Y un adobo, sí es que eso es un insulto. Un, un, un golfo adobado. Sí. Lo tienes bien merecido. Golfo, golfo, golfo. Ni sé de qué me estás hablando pero eso eres. Puso mi cepillo de dientes en mi mano. -¿Eh?- ¿Cómo debí reaccionar? -En fin, llevátelo. Ya no hay besitos para ti.- Otra vez lo dijo con esta estupida sonrisa, ahhh. Puto Adolfo de mierda, está bien. Vienes y te quedas con el amor de mi vida, pero además tienes el descaro de hacer esto, maldita sea. Si no fuera tan débil o sí tu no fueras tan fornido. Te quitaría esa pinche sonrisita a golpes, uno tras otro y otro y ahh. -Ah, gracias, je, lo olvidaba- -No te preocupes hermano, pasa- hermano tu... no, no vale la pena, Adolfo es un buen muchacho, Julieta lo eligió a él. Ya va siendo hora de aceptarlo. Mientras veía absorto mi cepillo de dientes, aprovechó para ponerse su traje de bodas. Era beige, debo admitir que combinaba bien con su piel morena. -¿Qué dices? Julieta me ayudó a escoger.- Obvio, tú no tienes buen gusto. No, no puedes decir eso, controlate, Ulises. -Bien, bien, eres un hombre afortunado, Adolfo.- Sí, eso estuvo bien, sólo no llores. -Bueno, te veré allá.- -No, me saltaré lo de la iglesia, debo comprar unas cosas- -Ojalá yo pudiera saltarme lo de la iglesia ¿sabes? Pero bueno, soy el novio.- Ay pobrecito, mamón. -Je, gajes de oficio- -Gracias, Ulises.- Una más, una más, y no me importa que me dejes en el piso molido a golpes. -Nos vemos, Adolfo- Salí del camper y me sentí más cálido afuera, mira que seguía nevando ¿eh? Bah, bueno ahora. Julieta ¿Qué hago?

Fin primera parte.

La noche que perdí mis nachos Where stories live. Discover now