Tres o Adolfo es muy afortunado

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Estaba tan preciosa, pero hermosa. Siempre soñé con verla así, obvio no en ese contexto pero bueno, dicen que los sueños siempre se cumplen aunque no cuando uno quiere o como uno desea. El caso es que tenía su vestido blanco, con unos arreglos muy discretos y elegantes, entallaba su perfecta figura. Tenía un escote bonito, excitante pero no promiscuo, bonito. En la espalda baja un arreglo de flores en color durazno, apenas resaltaba en el resplandor blanquecino del vestido. Una tiara que por Dios santo, la hacía ver como una princesa, preciosa. Su cabello, mantenía el flequillo, sí, pero los dos mechones a los lados enmarcaron su carita. Tenía la mayor parte de su cabello recogido, con una trenza que lo rodeaba y otra atravesando. Ni siquiera sé si ese tipo de arreglo tenga un nombre y me perdonaras pero no sé como podría describirlo, es decir, casi seguro me acabo las palabras y no llego a decirte lo espectacular que se veía. No llevaba sus anteojos pero su delineado sobre los ojos era perfecto, estoy seguro de que eso lo hizo ella, sí, nadie podría hacerlo así de preciso. Cuando me vió no pude evitar sentirme como un troll fachoso. Vino hacia mí y cuando la tuve de frente, pude notar esos labios rojos, finos, pequeños, quería besarlos una vez más. Ah, y ese lunar en la mejilla, sólo la Luna sabe cuántas veces juré que le pertenecía por el resto de mi vida. Y sus ojos, sus grandes ojos llenos de café, de cafecito. Me sonrió, la curvatura perfecta llena de perlas. Estaba muy feliz, obviamente. Era su día. Ya no era mi muchacha de los ojos tristes. Era feliz, era Julieta. -Si viniste- Si pendeja, bueno, no iba a decir eso, pero estuve cerca. -Sí jaja, sí vine.- Y siguió con su camino, recibiendo a los demás invitados. Bernardo se me acercó y dijo algo sobre que era muy fuerte o valiente, meh. Todo continuó e hicieron un ritual para celebrar a los novios. Ya no pude más. Me acerqué a Bernardo y cuál niño pequeño tiré de su traje para decirle -Ya vámonos- me miró con ternura y asentó con la cabeza. Me despedí de Laura y poco más, no conocía a muchos en el lugar. Cuando la recepcionista me devolvió mi abrigo lo sentí más ligero y calientito. Tal vez lo habían puesto a secar, lindo detalle. Salí con Bernardo, que me propuso tomar un atajo. Bajamos por un camino muy inclinado, pero en efecto, era un atajo. Entonces pasó, mi más grande sueño se estaba volviendo realidad. Julieta venía corriendo tras nosotros, -¡Ulises! ¡Ulises!- gritaba con desesperación, Bernardo me vió a los ojos y dijo -Este es tu momento- y se fue. Era un momento irreal, la nieve caía lentamente, el tintineo de la caída se volvió una sinfonía. Ella se veía radiante, yo deje de sentirme como un troll, volví a ser Ulises, eterno enamorado de ella. Entonces yo también corrí hacia Julieta. Cuando estábamos lo suficientemente cerca me arrodille, desde la bolsa de mi saco tomé el anillo. Lo sostuve entre mis dedos y se lo ofrecí a Julieta. Ella se detuvo.

Fin tercera parte

La noche que perdí mis nachos Where stories live. Discover now