Dos o por qué amo tanto a Julieta

31 0 0
                                    

Claro, el queso. Hoy será un día triste, pero nada que unos nachos con mucho queso no arregle. Entonces vamos con doña Josefa. Uffas sí, ese queso es una delicia y calientito, ay Dios. Y camine a la tienda, no estaba muy lejos, ahí solía ir con Julieta por nuestras chuches. Ahh que tiempos, no había noches solitarias. Llegue, después de algunos pensamientos auto destructivos. -¡Josefa! ¡Doña!- le grite al vidrio empañado -Ya voy, chamaco latoso- contesto la voz dulce y tierna de una vieja amargada. En cuanto abrió la pequeña ventana, le dije -Un quesito, calientito, por fa- -¿No más? ¿y los chocolates? -Ora no, doñita- No me dijo nada, se quedó como pensando. Cerró la ventanita y unos minutos después volvió a abrir -Sale joven- le pagué con el cambio exacto por dos razones, para que no diera doble vuelta y porque era todo lo que tenía. -Muchas gracias- guardé mi queso en la bolsa interna de mi saco, a un lado del pinche anillo. Di media vuelta y ahí estaba Laura -Hola- me dijo absolutamente feliz -Hola- más amargo que un limón. Creo que ella ignoró mi respuesta porque siguió igual de contenta -¿Vas a ir?- -Eso pretendo- contesté queriendo avanzar, pero me cortó el paso. -Que bien, entonces ahí te veré, seguro estás muy feliz por ella- Ah, claro. -Es una chica muy afortunada- -Es muy lindo de tu parte decir eso- Ajá, como sea, pensé. -Tú también mereces ser feliz, sonríe un poco ¿quieres?- mientras decía esto, levantó mi barbilla con su mano, recubierta por unos suaves guantes. Tú ganas Laura, sonreí. -Nos vemos- dije y me fui. Ya no podía seguir posponiendo el momento, hasta pensé en volver a fumar. No, no vale la pena. Julieta me ayudó a dejarlo, no sería justo para ninguno. Bernardo me llamó, saqué mi teléfono que tenía el tono más inoportuno posible. -Ya voy, no estoy chillando- casi, pero no, lo juro. -Lo que tú digas, no te vi en la iglesia, pero estoy casi seguro de que lo olvidaste- obvio no, creo. -Lo hice a propósito, no soportaría verla en el altar- -¿De qué...? Mira no importa, solo llamo para asegurarme de que no olvidas el regalo- mierda si lo olvidé -No, no, no. Ya voy en camino y aquí lo llevo- -Menos mal, nos vemos- -Sí, nos vemos.- Y corrí al apartamento a buscar el regalo que estaba debajo de la nota de Bernardo y los pañuelos. Ajá, ese. De nuevo, pase por el camper de Julieta, pero nada. Por lo menos ya dejé mi cepillo de dientes en su lugar. Ahora sí, al salón o... ¿era un jardín? Sí, un jardín sería más el estilo de Julieta, pero no con estas nevadas. Después de intentar distraerme en qué habrá elegido Julieta como centro de mesa, o el menú, o la selección de música, llegue al lugar. Una gran fachada, me recordó a los pilares atenienses. Me sentí honestamente pequeño, hasta incapaz de entrar a donde sé que abandonaría toda esperanza. -Su boleto, señor.- -Ah, claro, tenga- la recepcionista, tecleo un número en la máquina que la acompañaba y dijo -No tiene mesa asignada, qué raro- -Si...- puso una sonrisa amable y continuó -¿Es familiar o amigo?- Con mi corazón amortajado, le contesté -Amigo- -Perfecto, pasé, deme su abrigo, adentro la calefacción está encendida- La obedecía sin pensarlo. Me quitó el abrigo. Y mi regalo, lo puso en una mesa con otros tantos, debo confesar que sí pensaba. Pensaba en por qué todo era de tonos amarillos, digo, se veía lindo, pero por qué, no conocia este lado cálido de Julieta. Mientras la recepcionista me guiaba a mi mesa, sentí las miradas desesperadas de las solteras que acudieron al lugar, lejos de sentirme halagado, yo me sabía atractivo, pero no lo suficiente para Julieta. Entonces la vi.

Fin segunda parte

La noche que perdí mis nachos Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu