VI

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Era Paul. John no podía creerlo. Se suponía que no tendría que contestar el teléfono por todo el fin de semana porque su jefe estaba de viaje. John se disculpó con Cynthia y contestó.

—Hola, Paul.

—Mi vuelo se acaba de cancelar. Hay un problema con el tiempo o algo así, no sé. Una tormenta, creo. Necesito llegar a casa hoy mismo porque mañana es el recital de las niñas en el colegio.

—¿Qué?

—¡En el colegio!

—Entendido. Veré lo que puedo hacer.

—Bien.— Paul colgó.

John volvió a disculparse con Cynthia. —Lo siento, esto es importante.— le dijo. Nuevamente tomó el teléfono y empezó a llamar a todas partes mientras se dirigían al cine.

—Buenas noches.— decía. —Esperaba que tal vez podría conseguirme un vuelo de Nueva York a Londres en este momento. Es para mi jefe. Ajá. No, no, espere. ¿Cómo que no hay ningún vuelo? ¡Si, ya sé que hay una tormenta pero de veras necesito un vuelo! Esto es muy importa- —le habían colgado. John marcó otro número. —Buenas noches, ¿podría conseguirme un jet privado de Nueva York a Londres? Es para Paul McCartney. Yo sé que es su cliente. Por favor.— John suplicaba. Nada. Le colgaron otra vez. Y el celular volvió a sonar.

—Paul, estoy haciendo lo mejor que puedo, pero no hay ningún vuelo.

—¡Oh, por favor!— contestó Paul molesto —Sólo está, qué sé yo, lloviznando.—se escuchaba un trueno en el fondo. —Debe de haber alguien que pueda sacarme de aquí. Llama a toda la gente que conocemos que tienen un jet.

—Ya hice eso. Nadie está volando.

—Este es tu trabajo. Consigue a alguien que me saque de aquí. ¡Dios!— sonaba muy molesto ahora.

—Pero-

—¡Sácame de aquí ahora mismo!— y una vez más colgó.

—Ay, no...me va a matar...— se lamentaba John.

—¿Qué espera ese tonto?— habló Cynthia. —¿Que llames a la Guardia Nacional y que lo recojan de ahí con un helicóptero?

—Cyn, amor, no seas estúpida. No puedo hacer eso... ¿o puedo?— John marcó una vez más. —¿Guardia Nacional? Ajá. ¿Creen que podrían recoger a alguien de Nueva York en este momento...?


~El lunes de vuelta en la oficina~


—El recital de las niñas fue maravilloso.— hablaba Paul. Estaba sentado en la mesa de su escritorio mientras miraba fijamente a John. Su tono era tranquilo. —Tocaron Rachmaninoff y todos lo amaron. Todos menos yo. Porque lastimosamente no pude estar presente.

—Paul, lo siento mucho...— le decía John apenado.

—¿Sabes por qué te contraté? Siempre contrato al mismo tipo de chico o chica. Con sentido de la moda, esbelto o esbelta, obviamente, que aprecia la revista.—hablaba Paul mientras caminaba un poco en la oficina. —Pero el problema es que siempre terminan siendo unos estúpidos incompetentes que no son capaces de nada. Me decepcionan. Y tú, con ese impresionante cv y tu charla de tu "ética de trabajo", pensé que serías diferente. Me dije a mí mismo: vamos, Paul, dale una oportunidad. Contrata al chico gordo inteligente que come bagels de cebolla y crema de choclo en el almuerzo. Tenía esperanza. Realmente pensé que podría funcionar. Tenías la capacidad. Pero, al final, me has decepcionado. Me has decepcionado incluso más que los otros asistentes que he tenido.

—Yo...realmente hice mi mejor esfuerzo.— John intentaba no perder la compostura.

—Eso es todo.

John salió de la oficina y se fue por el pasillo.

—Oye, ¿a dónde crees que vas?— le dijo George pero John ya no estaba ahí.

John había caminado un poco por toda la oficina hasta que llego a cierto lugar donde cierta persona trabajaba. Entró al espacio sin tocar la puerta y se apoyó en la mesa para cubrir su rostro con sus manos.

—Me odia, Ringo...— dijo John en un balbuceo.

—Y ese es mi problema porque... ah, no, no lo es.— contestó Ringo sin quitarle la vista de encima a su trabajo.

—No lo entiendo.— decía John. —No sé qué más puedo hacer, porque si hago algo bien, nadie lo  reconoce. Y él ni siquiera dice gracias. Pero si hago algo mal, ah sí, ahí sí. Se vuelve un sanguinario.

—Entonces renuncia.

—¿Qué?

—Renuncia. Yo puedo encontrar a alguien para que tome tu puesto en cinco minutos. Alguien que realmente lo quiera.

—¡Oye! No es justo, yo no quiero renunciar...— habló John. —Yo sólo digo que me gustaría que me den crédito por el hecho de que me estoy matando al intentar.

—¡Por Dios, John! No puedes estar hablando en serio. No te estás matando intentando. Lo único que estás haciendo es venir a llorarme en mi oficina.— Ringo se levantó de su silla. —¿Qué quieres que te diga, eh? Pobre tú, Paul es un malo, pobre tú, pobre John. ¡Despierta, talla 40! Él sólo está haciendo su trabajo. ¿Acaso no sabes que estás trabajando en el lugar que ha publicado a los artistas más importantes de este siglo? Lagerfeld, De la Renta, Van Herpen... y lo que hicieron, lo que crearon, es más grande que el arte mismo. Porque vives en tu vida en eso. Bueno, no tú, obviamente, pero algunos. ¿Tú crees que esto es sólo una revista?— Ringo tomó un ejemplar y lo empezó a hojear. —Esto NO es sólo una revista. ¡Esto es una luz de esperanza para...! No sé, un niño con ocho hermanos que pretende ir a clases de fútbol cuando en realidad toma clases de costura básica y lee Vogue bajo sus sábanas con una linterna. No tienes ni la menor idea de cuántas leyendas han caminado por estos pasillos y lo peor, es que ni siquiera te importa. Porque, en este lugar, donde tanta gente moriría por trabajar, tú sólo te dignas a trabajar. Y tú te preguntas luego por qué él no te besa en la frente y te pone una estrella dorada en tu tarea al final del día. Despierta, cariño.— Ringo pinchó su dedo contra la frente de John y se fue a sentar.

John se quedó pensativo por unos segundos.

—O sea que la estoy cagando...— dijo.

—Uhum.

—Pero no es que lo esté haciendo a propósito... sólo quisiera saber qué podría hacer para...— a John se le iluminó algo en la cabeza. —Ringo... ¡Ringo!— decía emocionado.

—¿Qué?— Ringo lo miró. Inmediatamente entendió la idea de John al ver su cara. —No.— fue su respuesta.

—Sí.— John le sonrió, lo tomó del brazo y salieron de la oficina.

The Devil Wears Prada [McLennnon]Where stories live. Discover now