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Era sábado. Erick amaba con toda su alma los sábados, porque podía estar con Noah todo el día. 

Justo en ese momento ambos estaban sentados en la alfombra grisácea frente a la tele. El ojiverde reía casi sin quererlo, porque Noah había dejado las pinturas de lado y ahora se dedicaba a besarle con demasiada fuerza las mejillas. 

Erick intentaba sostenerlo sobre su regazo, pero los movimientos del niño hacían todo complicado. 

—Noah, te vas a quedar sin besos...— le dijo él entre risas. 

El infante se aferró con fuerza a Erick y hundió profundamente el rostro en la curva del cuello de su padre. 

—Siempre hay besitos para papá. 

—Mi niño dulce… Guardaré mis mejores besos para ti siempre. 

Noah se separó con una sonrisa. A Erick todavía le costaba verla tintada con brillo en los suaves labios de su hijo y que no se le humedecieran los ojos. 

—¿Siempre?

—Siempre, Noah. Papá estará a tu lado hagas lo que hagas. 

—Y yo al lado de papá. 

—Sabes que eres la persona más importante para mí y que te amo infinito, ¿Verdad?

—¡Sí! Te amo infinitísimo también...

Erick soltó una pequeña risita y lo arrulló contra él en leves movimientos certeros, como si fuera un bebé. Se inclinó hacia delante y repartió una niebla de besos por las mejillas llenas de su descendencia. 

El timbre de la secadora no tardó en avisar desde la cocina de que ya había terminado su función. 

Cuando Erick se levantó después de largos minutos para atender sus labores domésticas, no fue una sorpresa detectar los rápidos pasitos de Noah tras él. El niño se aferró con ambas manos a la camiseta de Erick y lo intentó seguir, pero él le frenó veloz. 

—No vayas descalzo, Noah. Joel rompió un vaso ayer. 

Noah frunció un poco el ceño y se frenó en el umbral de la puerta en la cocina. Erick siguió su camino, aunque sin desviarle la mirada a su hijo. 

—¿Por qué?

El ojiverde bufó. 

—Porque es un torpe que no sabe sacar el lavavajillas. Ves a ponerte los zapatos, por favor.  

Noah sonrió débilmente y asintió una sola vez, antes de salir corriendo a hacerle caso. 

En su momento Erick quiso matar a Joel por su accidente con el vaso. 

Venga ya, no podía ser un maldito manco en cualquier cosa que relacionara una cocina. 

Pero sí. La noche de antes Erick descubrió que Joel sí lo era. 

Y encima comenzó a reírse en su cara cuando Erick le dijo que limpiara su desastre. A él solamente le hizo falta poner una expresión seria y entrecerrar los luceros para demostrar que ni siquiera palpaba el motivo de sus flamantes carcajadas. 

Joel necesitó quince minutos y tres clases para saber cómo utilizar una escoba, pero terminó limpiando. 

Todos esos pensamientos se entrelazaban entre sí junto a las vivencias de los últimos días. Parecían el alma de una cuerda resistente, que al final se enfundaba hasta mezclarse completamente unos hilos con otros. 

Erick simplemente no podía dejar pasar todo lo que comía de su estómago cada vez que Joel estaba demasiado cerca. Era la ambrosía más dulce, en antídoto más efectivo. Sentía cómo se deshacía lentamente dentro de él, creando fragmentos de acero para su arrasado corazón. 

Arkhé || JoerickOù les histoires vivent. Découvrez maintenant