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Erick limpió las lágrimas de Noah y respiró profundamente como cada mañana. 

—No se preocupe— aseguró la profesora. Erick había olvidado su nombre. ¿Por qué no llevaban una pegatina con él en las absurdas batas coloridas?—. Es algo normal. Ahora entra y se le ha pasado todo, ¿Verdad, Noah? 

Noah se aferró más fuerte al cuello de Erick y negó con la cabeza. 

La profesora le regaló una sonrisa tensa a Erick y ladeó la cabeza con una mueca. A él le caía tan mal… Demasiado mal. Casi entendía a Noah. 

El frío era lejano ese día. Los lunes siempre eran días espantosos, pero ese día parecía destacar entre la montaña de porquería y mugre. 

Erick dejó al niño en el suelo, que con su mochilita de animalitos y tiras amarillas, intentó escalar por su pierna y volver a la cúspide de sus brazos. 

—Noah— dijo él, agachándose a su altura—, detente. Vendré a por ti cuando termines. 

—No quiero… Papi, por favor… 

Él respiró profundamente y negó con autoridad. 

—Tienes que ir a clases. 

Y dicho eso, dejó un beso en la frente de su hijo y se incorporó antes de dar un paso atrás. Permitió que la profesora sostuviera a Noah cuando el niño intentó seguirlo. 

Al darse cuenta de que estaba atado, Noah comenzó a llorar más fuerte. 

Erick miró a la profesora, que le regaló una sonrisa y cargó a Noah, a pesar de que el niño se hacía difícil de manejar. 

—No se preocupe— volvió a decir la mujer. Era demasiado joven para soportar a tantos niños llorando—. Nos pondremos a jugar enseguida y se le pasará, ¿Cierto, Noah? 

—¡Papá!

Erick cerró sus ojos y asintió rendido con la cabeza. 

Se dio la vuelta y comenzó a caminar, dejando los gritos de Noah atrás. 

Parecía un abandono en toda regla, que a él meses atrás lo llevó a darse la vuelta y regresar con su pequeño a casa. Cuando la profesora lo pilló uno de esos días, le dijo que eso no podía ser y que Noah tenía que ir a clases. Erick cambió a Noah de guardería, pero jamás lo repitió cuando comenzó el colegio. 

Guardó las manos en los bolsillos de esa chaqueta de cuero que no le pertenecía y siguió su camino por el pequeño sendero hasta su Range Rover, aparcado junto a los coches de los demás padres. 

A la distancia, Erick pudo observar a un grupo de madres que reían coquetas y desviaban la mirada con extra de parpadeos. Murmuraban entre ellas, colocando mechones de cabello tintado detrás de cada oreja. 

Erick miró con discreción detrás de él para ver si lo estaban haciendo por él. Efectivamente, no había nadie más detrás, lo que le hizo respirar profundamente y obligarse a tirar de sus comisuras con una sonrisa incómoda. 

—Buenos días— saludó cuando pasó frente a ellas. 

—Buenos días, cariño— dijeron dos de ellas a la vez, antes de mirarse veloces y matarse con la mirada. 

Erick intensificó su sonrisa y pasó campante frente a ellas. 

Sin embargo, mordió su labio inferior cuando detectó que dentro de su coche, el hombre que estaba sentado en el asiento del copiloto, miraba a esas mismas mujeres con una ceja alzada y la mirada sórdida y pesada. 

Entró al coche y suspiró profundamente, quitándose la chaqueta de Joel y lanzándola a los asientos traseros. 

Joel no giró a mirarlo, porque seguía con la vista fija en las mujeres que seguían riendo y coqueteando pobremente. 

Arkhé || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora