𝔘𝔫 𝔰𝔞𝔩𝔪𝔬 𝔞 𝔩𝔬𝔰 𝔡𝔢𝔰𝔡𝔦𝔠𝔥𝔞𝔡𝔬𝔰

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Capítulo II

Un salmo a los desdichados


Le sorprendía e intrigaba por igual manera la belleza comprendida en aquel páramo, sobre todo con aquellos sabios y gigantes vejestorios, que se formaban uno al lado del otro, en familia, tal vez burlandose de los solitarios quienes no tienen a nadie, árboles, recordaba se llamaban.

Estando en medio de ellos, incluso se sentía pequeño, y contrario a lo que imaginaba se sentía bien, en paz consigo mismo y a su vez, a salvo.

Harry se sentía cómodo en lugares como esos, donde la naturaleza creada por su Padre danzaba a su alrededor y lo recibía como a uno más. Se sentía parte de ellos así como ellos parte de él. Sabía que ese sentimiento se debía a su creación, era consecuencia de la forma en que fue creado, de quien era descendiente.

Aún rodeado de esos árboles seguía sin ver más allá de la monotonía, las hojas de los sabios se veían iguales en todos ellos, grises y sin vida. Y era triste no tener el honor de presenciar aquella belleza, los colores danzantes en las hojas de los árboles, o incluso en el cielo mismo.

El cielo.

Su hogar.

Aquel espacio que no es un lugar como tal, no es un territorio al que puedas acceder cruzando una puerta, un espacio tan maravilloso y lleno de cosas buenas, pero que siempre le daba una bienvenida amarga, fría e indiferente.

Harry se detuvo en seco, agudizando más el oído pudo percatarse del movimiento de unos arbustos a su derecha, quienes recelosos escondían algo. Solo bastó con avanzar tres pasos exactamente para percibir una ligera —demasiado en realidad— aura demoniaca.

Era tan débil que Harry ni se inmutó, probablemente solo era una criatura que se escapó del infierno, o tal vez un demonade, de ser un demonio éste debía ser increiblemente débil, o debía estar muriendo. El ángel avanzó lo suficiente como para quitar los arbustos y poder observar al infortunado intruso.

Fue entonces que lo conoció.

Sentado en medio del césped, sin darle la más mínima importancia al ente angelical que lo observaba desconcertado. Miraba al frente, donde un extenso lago se mostraba inmenso y magestuoso, observándolos con claridad, siendo el primer testigo de su encuentro.

El pequeño demonio vestía de negro, con un fino traje ceñido a su curvilíneo cuerpo, sus piernas cruzadas y su espalda ligeramente encorvada hacia delante, con el cabello desparramado en un perfecto desastre, se veía tranquilo, cansado, hermoso.

Y el ángel no tuvo otra opción mas que excusarse en la belleza que él veía en todas las creaturas para no enfrentar la realidad que salvajemente se presentó ante él, burlona y arrogante, haciendole ver a un demonio como si fuera bello y no los crueles y aterradores monstruos que se mostraban en pergaminos.

Louis volteó su cabeza, tan solo para dirigirle una mirada plena. Aquellos ojos azules resplandecían con fuerza, destilaban agonía escondida en un mar infinito de sueños que ardían entre sollozos vilmente silenciados.

Y Harry lo entendía, la belleza escondida entre un dolor agónico, que era evidente como palpable. Y Harry se preguntaba por qué aquél ser cargaba con ese dolor.

–Eres un ángel, ¿verdad? — su voz, una suave brisa que le recorría el cuerpo completo haciéndolo estremecer.

–Lo soy— respondió, seguía aturdido por el origen de sus pensamientos.

El demonio lo miraba sin expresión alguna, parecía querer preguntarle algo o mencionarle algo, pero no lo hacía, sus labios sellados no dejaban salir ningún fonema, eso le inquietaba.

La Biblia de los BastardosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora