𝔘𝔫𝔞 𝔠𝔞𝔯𝔱𝔞 𝔞 𝔩𝔬𝔰 𝔦𝔫𝔤𝔢𝔫𝔲𝔬𝔰

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Capítulo XVI

Una carta a los ingenuos


El tibio amanecer se hizo presente, los cálidos rayos del sol se deslizaban por la piel de Harry como si tuvieran el derecho de hacerlo, acariciando su tez gentilmente brindándole un peculiar calor que deseaba poder esparcir por el resto de su cuerpo, todo se sentía demasiado frio, más que las rocas en las que estaba sentado. Se veía muy melancólico con sus pies colgando y moviéndose de atrás hacia delante con pereza, la altura de aquel acantilado podría matar a cualquier mundano, Harry pensaba que si una persona se decidía a tirarse de allí tendría una muerte aterradoramente compasiva, pues el hermoso valle que se apreciaba desde la altura era maravilloso, las flores de diferentes colores danzaban junto al viento incitándolo a hacer lo mismo, pero no se atrevía.

El cruel pensamiento de que él podría lanzarse y antes de tocar el suelo extender sus alas y volar se hizo presente, ya no podría hacerlo, ya no tenía sus alas.

Aquellas bellas alas de tonos blancos y dorados ¿por qué no había apreciado por más tiempo aquellos colores? ¿Por qué nunca se tomó unos instantes de su tiempo para solo contemplar sus alas grandes y pesadas? Se arrepentía tanto.

Desde que se enamoró de Louis supo que perdería sus alas, por supuesto, no era un iluso estúpido e ingenuo que no conocía las consecuencias de sus actos, Harry sí que las conocía, las había memorizado y repetido una y otra vez en su cabeza. Se había imaginado cómo se sentiría, los sentimientos encontrados, las emociones de tristeza y decepción, se había preparado mentalmente para aceptar aquello sin protestar. El problema era que su imaginación no se asemejaba a la realidad, nunca imaginó que se sentiría de esa manera, tan perdido, tan decepcionado consigo mismo.

Tan culpable.

Porque no había nadie más a quien pudiese echarle la culpa ¿Louis? Jamás, ante sus ojos el único delito de Louis era verse tan infernalmente hermoso y ser tan endemoniadamente amable. El odioso capricho de un Dios enojado con la humanidad, ese era Louis.

Sintió una oscura presencia detrás de él, una sombra que se acercaba lentamente con movimientos tímidos y vacilantes, no se molestó en darse la vuelta para verlo porque ya sabía de quien se trataba, nunca podría confundir su dulce y suave presencia.

Louis se sentó a su lado, imitando su posición, dejando las piernas colgado en la orilla del acantilado, Harry no se volteó a verlo pero supo que estaba nervioso ya que podía percibir cómo jugaba con los dedos de sus manos.

Ninguno de los dos dijo nada. Solamente dejaron que los minutos pasaran entre ellos como la brisa que acariciaba sus mejillas y alborotaba sus cabellos, Harry pensaba que las palabras eran innecesarias ¿qué podría decirle a Louis ahora? Ni siquiera tenía el valor para mirarlo directamente, la vergüenza era demasiado grande, la falta de algo muy importante en él le hacia ahogarse en un mar infinito de inseguridades, donde las olas lo golpeaban una y otra vez, no había salida, ni escape seguro, porque cuando tomaba la fuerza suficiente para nadar hasta la superficie se encontraba con un cielo oscuro y lleno de nubes grises que dejaban caer grandes y finas gotas de lluvia en una torrencial tormenta que sin misericordia alguna se burlaba de él y lo devolvían al mar.

Lejos de sus pensamientos y en el mundo real se encontraba Louis, el nephilim que miraba a Harry como si estuviese herido, y sabía que en verdad lo estaba. Louis creía que las palabras sí que eran necesarias en ese momento, el problema era que no encontraba qué palabras debería usar exactamente. Sentía que de alguna forma Harry y él estaban danzando descalzos sobre una delgada cuerda, se sostenían de las manos para no caer, si alguno caía se llevaría consigo al otro, a Louis eso no le asustaba pero podía ver a su ángel tambalearse demasiado sobre aquella cuerda y presentía que si Harry se dejaba caer soltaría su mano para que no cayeran ambos al vacío, y eso no podía permitirlo, bajo ninguna circunstancia soltaría la mano de Harry.

La Biblia de los BastardosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora