31. La segunda detención de Arsenio Lupin[5]

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─¡Buen viaje, maestro! ─gritó Lupin─. Y créame que no olvidaré jamás las cordiales relaciones entabladas entre nosotros. Mis recuerdos al señor Watson.

No obtuvo respuesta, y continuó:

─Esto es lo que se llama marcharse a la inglesa. ¡Ah! Este digno insular no posee esa flor de cortesía con que nos distinguimos nosotros. ¡Piense un poco, Ganimard, en la salida que hubiera realizado un francés en circunstancias parecidas! ¡Bajo qué refinamientos de cortesía hubiera disimulado su triunfo! Pero Dios me perdone, Ganimard, ¿qué hace usted? ¿un registro? ¡vamos, vamos, amigo, si no hay ni un papel!... Mis archivos están en un lugar seguro.

─¡Quién sabe! ¡Quién sabe!

Lupin se resignó. Sujeto por dos inspectores, rodeado por los demás, asistió pacientemente a las diversas operaciones. Al cabo de veinte minutos suspiró.

─Rápido, Ganimard. ¿Aún no acaba?

─¿Tiene usted prisa?

─¡Claro que tengo prisa! ¡Una cita urgente!

─¿En la cárcel?

─No, en la ciudad.

─¡Bah! ¿Y a qué hora?

─A las dos.

─Son más de las tres ya.

─Precisamente llegaré con retraso, y no hay nada que deteste más que llegar retrasado.

─Me da usted diez minutos?

─Ni uno más.

─Muy amable... Procuraré... No hable tanto... Ahora ese armario... Pero ¡si está vacío!

─Sin embargo, aquí hay cartas.

─¡Serán facturas atrasadas!

─No, un paquete atado con un lazo.

─¿Con un lazo color de rosa? ¡Oh, Ganimard, por el amor de Dios, no lo desate!

─¿Son de una mujer?

─Sí.

─¿Una mujer de sociedad?

─De la mejor.

─¿Su nombre?

─Señora Ganimard.

─¡Muy gracioso! ¡muy gracioso! ─exclamó el inspector, mosqueado.

En aquel momento, los hombres enviados a las otras habitaciones anunciaron que no habían obtenido resultado alguno. Lupin se echó a reír.

─¡Caramba! ¿Es que esperaba usted descubrir la lista de mis compañeros o la prueba de mis relaciones con el emperador de Alemania? Lo que debería haber buscado, Ganimard, son los pequeños misterios de este apartamento. Por ejemplo, ese tubo de gas es un tubo acústico. Esa chimenea oculta una escalera. Esa pared está hueca. ¡Y el maremágnum de timbres! Mire, Ganimard, apriete ese botón.

Ganimard obedeció.

─¿No oye usted nada? ─interrogó Lupin.

─No.

─Yo tampoco. Sin embargo, acaba de ordenarle al comandante de mi pista aeronáutica que prepare el globo dirigible que ha de llevarme pronto por los aires.

─¡Vamos! ─dijo Ganimard, que había terminado su inspección─. ¡Ya está bien de tonterías! ¡En marcha!

Dio algunos pasos. Los hombres lo siguieron.

Lupin no se movió ni un centímetro. Sus guardianes lo empujaron. En vano.

─¿Cómo? ¿Se niega a andar? ─preguntó Ganimard.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesWhere stories live. Discover now