39. La lámpara judía 2[2]

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El tranvía se detuvo en la calle del Chateau, final de trayecto. El individuo se apeó y se alejó por ella tranquilamente.

Holmes lo escoltaba y, tan de cerca, que Ganimard se asutó.

─Si se vuelve, nos ve.

─No se volverá... ahora.

─¿Qué sabe usted?

─Es un cómplice de Arsenio Lupin, y el hecho de que un cómplice de Lupin ande así, con las manos en los bolsillos, prueba, primero, que sabe que lo siguen, y en segundo lugar, que no teme nada.

─Sin embargo, lo seguimos bastante de cerca.

─No lo bastante como para que no pueda escurrirse de nuestros dedos antes de un minuto. Está demasiado seguro de sí.

─¡Vamos, vamos! Quiere usted burlarse de mí. Allí, en la puerta de aquel café, veo a dos policías en bicicleta. Si decido pedir su ayuda y que aborden al personaje, ¿cómo se nos escurrirá de entre los dedos?

El personaje no parecía preocuparse mucho por tal eventualidad. ¡Fue él mismo al encuentro de ellos!

─¡Qué aplomo! ─exclamó Ganimard.

En efecto, el individuo avanzó hacia los dos policías en el momento en que éstos se disponían a montar en sus bicicletas. Les dijo algunas palabras, luego, sin vacilar, saltó sobre una tercera bicicleta, que se hallaba apoyada contra la pared del café, y se alejó rápidamente con los dos policías.

─¿Eh? ¿No se lo dije? Uno, dos y tres: ¡desapareció! ¿Y quién lo hace desaparecer? Dos de sus colegas, señor Ganimard. ¡Ah, este Arsenio Lupin es grande! ¡Hasta tiene a sueldo policías ciclistas! ¡Cuando le decía que nuestro hombre estaba demasiado tranquilo!...

─¡Vaya! ─exclamó Ganimard, vejado─. ¿Qué hay que hacer? Es muy cómodo reírse.

─No se disgute. Nos vengaremos. Por lo pronto, necesitamos refuerzos.

─Folefant me espera al final de la avenida de Neuilly.

─Pues bien: recójalo al pasar.

Ganimard se alejó mientras Holmes seguía las huellas de las bicicletas, muy visibles en el polvo de la carretera porque dos de ellas tenían neumáticos estriados. Pronto se dio cuenta de que esas huellas le conducían a la orilla del Sena, y que los tres hombres habían dado la vuelta en el mismo sitio que Bresson la tarde anterior.

Llegó así hasta la verja tras la cual se habían acultado Ganimard y él, y un poco más lejos distinguió una confusión de líneas estriadas, lo cual le hizo pensar que habían hecho alto en aquel sitio. Justamente enfrente había una lengua de terreno que se metía en el Sena, al extremo de la cual se veía amarrado un bote.

Era allí donde Bresson debió de tirar el paquete o, mejor dicho, donde lo dejó caer. Holmes bajó el talud y vio que le sería fácil encontrar el paquete, porque la cuesta era suave y el agua estaba baja..., a menos que los tres hombres lo hubieran cogido ya.

─No, no ─se dijo─. No han tenido tiempo... Un cuarto de hora a lo sumo... No obstante, ¿por qué han pasado por aquí?

Un pescador estaba sentado en el bote. Holmese preguntó:

─¿Ha visto usted a tres hombres en bicicleta?

El pescador negó con la cabeza.

El inglés insistió:

─Sí... Tres hombres... Acaban de detenerse a dos pasos de aquí."l

El pescador se puso la caña debajo del brazo, sacó del bolsillo un cuadernillo, escribió en una de las páginas, la arrancó y se la tendió a Holmes.

Un estremecimiento sacudió al detective. De una ojeada había visto, en el centro de la página que tenía en la mano, a serie de letras recortadas del álbum.

CDEHNOPRSEO-237

Un pesado sol caía sobre el río. El hombre había vuelto a su tarea, protegido bajo la ancha ala de un sombrero de paja, con el saco y el chaleco doblados a su lado.

Pescaba atentamente, mientras el flotador de su caña se mecía al filo del agua.

Transcurrió un minuto largo, un minuto de silencio solemne y terrible.

«¿Es él?», pensaba Holmes con ansiedad casi dolorosa.

Y la verdad se abrió paso:

«¡Es él! ¡Es él! Sólo él es capaz de permanecer asi, sin un temblor de inquietud, sin temor a nada de lo que va a pasar... ¿Y quién más sabría esta historia del álbum? Alice lo ha prevenido con un mensajero».

De pronto, el inglés sintió que su mano, que su propia mano, había agarrado la culata del revólver y que sus ojos se fijaban en la espalda del individuo, por debajo de la nuca. Un ademán y todo el drama llegaría al desenlace: la vida del aventurero terminaría miseranblemente.

El pescador no se movió.

Holmes apretó nervioso el arma con el deseo voraz de disparar y de terminar con él y, al mismo tiempo, con el horror de un acto que repugnaba a su forma de ser. La muerte era segura. Todo habría terminado.

«¡Ah! Que se ponga de pie, que se defienda... si no, tanto peor para él... Un segundo más... y disparo».

Pero un ruido de pasos le hizo volver la cabeza y vio a Ganimard, que llegaba en compañia de dos inspectores.

Entonces, cambiando de idea, tomó su decisión. De un brinco saltó dentro del bote, cuya amarre se rompió bajo el empuje demasiado fuerte, cayó sobre el hombre y lo cogió entre sus brazos. Rodaron al fondo del bote.

─¿Y después, qué? ─preguntó Lupin, debatiéndose─. "L¿Qué prueba esto? Cuando uno de nosotros haya reducido al otro a la impotencia, el bote estará muy alejado. Ni usted sabrá qué hacer conmigo, ni yo con usted. Permaneceremos aquí como dos imbéciles...

Los dos remos cayeron al agua. El bote fue a la deriva. Las exclamaciones llegaban de la cuesta, y Lupin continuó:

"¡Qué de historias, señor! ¿Ha perdido usted, por lo visto, la noción de las cosas?... ¡Semejantes tonterías a su edad! ¡Y un buen hombre como usted! ¡Vaya si es fea la cosa!...

Logró desprenderse.

Exaperado, resuelto a todo, Holmes metió la mano en el bolsillo. Lanzó un juramento: Lupin le había quitado el revólver.

Entonces se arrodilló y trató de agarrar uno de los remos a fin de ganar la orilla, al mismo tiempo que Lupin se afanaba por el otro, a fin de ganar la opuesta.

─Lo cogerá... No lo cogerá... ─decía Lupin─. Además, eso no tiene ninguna importancia... Si coge usted el remo, yo le impediré que lo utilice... Y usted lo mismo respecto a mí. Pero en la vida se esfuerza uno siempre por actuar... Sin la menor razón, puesto que es siempre el destino quien decide... Mire, el destino se decide por su amigo Lupin... ¡Victoria! ¡La corriente me favorece!

En efecto, el bote tendía a alejarse.

─Tenga cuidado ─le gritó Lupin.

Alguien, en la orilla, empuñaba un revólver. Holmes agachó la cabeza. Sonó un disparo. Un poco de agua salpicó junto a ellos. Lupin soltó una carcajada.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesWhere stories live. Discover now