Capítulo 7: Tratos.

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La pelirroja salió corriendo a la biblioteca apenas sonó la campana, literal, su autocontrol había hecho demasiado para no desviar su atención de la clase de literatura.

Ni siquiera trotaba, corría por los pasillos, como si estuviese siendo perseguida por la mismísima muerte. La gente se paralizaba un segundo al verla pasar, con una pregunta en sus mentes ¿Y esta qué? Casi se lleva por delante a un chico, ni siquiera se molestó en disculparse por golpearle el brazo con semejante dureza, pero él si le gritó "Mosca, que te vas de jeta" pero eso no detuvo su corrida.

Objetivo: Llegar a la biblioteca.
Obstáculo: Ninguno, podre del que se atravesara en su camino.

Finalmente y luego de haber trastabillado con varios estudiantes y hasta con la señora de la limpieza, logró llegar a su destino con la lengua afuera, en sentido figurado.

Caminó a paso tranquilo hasta una mesa, como si no hubiese imitado nada menos y nada más que a un huracán. Dejó su mochila amarilla colgada torpemente en el espaldar de la silla y abrió su libro para comenzar a leer por donde se quedó en la madrugada, en menos de veinticuatro horas ya llevaba casi que la mitad del tomo, y eso que los capítulos eran largos.

Y es que así es cuando nos gusta algo, nos ensimismamos tanto en ello que perdemos la noción del tiempo y nos sentimos en una dimensión irreal donde sólo existe esa persona, ese pasatiempo, esa novela y nosotros.

—¡Carajo, wey! —una voz exclamó al llegar segundos después que la pecosa —Tienes piernitas de pollo, pero corres bien rápido.

Mia, moviendo su pié por la impaciencia, miró a la chica de reojo, la saludó con su mano y volvió a su lectura.

—Bueno, ¿y a ti qué? —cuestionó la de las mechas platinadas —pareces perritos cuando sus dueños tienen un hueso en la mano y juegan a que se lo van a dar y no.

Mia rascó su cabellera cobriza.

—Es que ando leyendo un libro bien chingón —dijo, sin mirarla.

—Ah pues, yo nunca he leído un libro —comentó Bea—, pero me imagino que ese es como esas series de las que dices "Un episodio más" y no duermes hasta que te la acabas.

—Ajá —pronunció la pelirroja, queriendo no sonar antipática.

—Bueno, bueno. Sólo te seguí para dejarte esto —colocó la invitación a un lado de la chica y se despidió—, ahí te ves.

Mia ni siquiera miró de reojo qué fue lo que le dió la chica, ese libro la cautivó de una forma inefable, tal vez porque jamás había leído una historia basada en una época antigua, narrada de manera entendible, a lo mejor porque el empoderamiento de la protagonista le daban ganas de ser como ella, quizás ambas.

En el pasillo, Eliot se encontró con su mejor amiga y le preguntó que si no había visto a la pecosa, afortunadamente la chica supo cómo contestarle. Él se adentró a la biblioteca y la buscó con la mirada, se ubicó frente a ella al encontrarla devorando el mismo ejemplar de la tarde anterior.

—Gracias —emitió.

La chica sólo dejó el libro de lado porque reconoció esa voz, iba a cuestionarle el por qué le agradecía, pero la pregunta logró contestarse mucho antes de pensar en pronunciarla.

Sus labios se curvearon hacia arriba en una sonrisa ladina, ella le mostró los pulgares al ver la maqueta del sistema solar con un gran número diez adherido en un papel.

—A veces temo de que tu obsesión llegue a tal punto de que logres desarrollar el don de sacar a los personajes de los libros —confesó él—. ¿Debería temer realmente de que eso pase?

Ambos nos equivocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora