Capitulo uno: Esperanza.

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Siete años después de "Ella no supo ser Julieta".

Caminando sobre el asfalto de alguna calle de Texas, Eliot Marín se encontraba mirando hacia todas las direcciones posibles, esperando reconocer en alguna parte la imágen impresa en el papel fotográfico que llevaba en una de sus manos.

Llevaba puesto un pantalón de mezclilla desgastado, una camisa negra con cuello de tortuga, de mangas largas y tela de algodón; lentes de contacto para renovar su imágen, y un calzado tan elegante y pulcro como su cabello castaño peinado perfectamente hacia atrás.

A pesar de que el hombre estaba un poco exhausto por el viaje de unas cuantas horas, no se permitiría descansar hasta encontrarse con el objetivo principal de su tan planeada travesía en aquella nueva ciudad: cierto espécimen de cabello naranja.

Avanzaba a pasos tranquilos, con una mano aferrada a una de las tiras de su morral, y la otra sosteniendo la única pista del paradero de la chica que pensaba cada día con nostalgia y una gran nota de arrepentimiento.

—Disculpa— tocó el hombro de una mujer que caminaba adelante, en su misma dirección—, ¿Podrías decirme qué tan lejos estoy de esta clínica?

La fémina le echó un vistazo a la imágen y alzó la comisura de sus labios en una sonrisa ladeada.

—Está a unas calles a la redonda, justamente voy hacia allá— le contestó la mujer con un todo bastante amigable—, si quieres vamos juntos.

—Claro, gracias.

Ambos caminaron entre los demás transeúntes, bajo el cielo se comenzaba a tornarse opaco bajo los colores que se hacían presentes por las cinco se la tarde.

—¿Turista?— inquirió la mujer al ver la maleta que él arrastraba.

—Podría decirse que sí. Para ser más exacto, vengo de paso, buscando a una persona— contestó Eliot, con esa pronunciación afable y modesta que había adoptado a lo largo de los años.

—¿Algún familiar enfermo?— volvió a preguntar la mujer del cabello negro, dado que se dirigían a un centro médico— Por cierto, me llamo Arantza— se presentó.

—Yo soy Eliot— respondió mientras doblaban la calle—. Estoy en busca de mi princesa perdida— soltó una pequeña risa—, he oído que su castillo es esa clínica. En un término menos fantasioso: ella trabaja ahí.

Los dos continuaron el trayecto en compañía hasta que un amplio y pulcro edificio de tres pisos se hizo visible frente a ellos, Eliot comparó la fachada con la foto que llevaba y fue alivio lo que abordó su interior al leer el nombre La Intemperie en letras doradas y cursivas que representaba a la clínica.

—Bueno, vamos— la amable guía llamada Arantza le hizo al hombre una seña con si mano para que la siguiera.

El interior del centro médico era incluso más inmaculado que su exterior; las paredes eran tan blancas que algún recondito lugar de la consciencia de los visitantes pensaría que ensuciaban con su presencia, el suelo era de un mármol negro perfectamente pulido y encerado, tan pulcro que podía utilizarse como espejo para suelas; el olor característico a alcohol anticéptico permanecía en el aire junto a un atisbo de aroma a cherry, un enorme cubículo yacía en el centro de la sala principal con varios tumultos de carpetas amarillas, lámparas de escritorios, herramientas de oficina, computadoras y archiveros enormes que ocultaban la información confidencial de los trabajadores y pacientes más recientes.

—¿Puedo ayudarte en algo más?— cuestionó Arantza cuando cruzaron la puerta de cristal.

—Ahora me toca buscar, eso lo haré yo— contestó el castaño con su tomo dócil y sereno—. Muchas gracias— le regaló una sonrisa y la mujer se alejó.

Ambos nos equivocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora