Capítulo 18: La magia de los cumpleaños.

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Otra mañana de soledad llegó junto al cielo que empezaba a esclarecerse, y con los diecisiete años de Mia.

Los brazos arrugados de su nana rodeaban sus hombros mientras le susurraba la canción de Las Mañanitas al oído. La cumpleañera sólo suspiraba y se acurrucaba bajo el manto de la única mujer que la ha querido incondicionalmente durante lo que llevaba de vida.

—¡Hola, hola, holaaaa! —Bea Francis apareció en la escena con una bandeja de desayuno de madera y unos globos de helio flotando en cada esquina —¡Felices diecisiete, mi a-mor!

Dejó la bandeja con sandwiches, ensalada de frutas, galletas, café y jugo en la cama y se acercó a besarle sonoramente la mejilla a su amiga.

—No sabía qué color te gustaba, eh... —rascó su cabeza—. Así que compré los globos de todos los colores... Ahm, sí... Espero que te guste.

Mia emitió una risilla por la gracia que le causó verla nerviosa, se levantó y le dió un abrazo, murmurando unas gracias por haberla visitado y por su desayuno.

La nana buscó los otros dos platos de desayuno, le dio una a Bea y se dedicaron a comer en la cama. A la anciana no le gustaba la idea, pues comer en la mesa era algo sagrado para ella, pero hizo una excepción al ver que su nieta se había levantado con un mejor humor que el de los últimos días.

—Bea, te quiero, no me mal interpretes —habló la pecosa, llevando una fresa de la ensalada a su boca—. Pero, ¿Qué haces levantada un domingo tan temprano?

—¡Es que es tu cumpleaños! —exclamó como excusa y frunció los labios ante la mirada significativa de Mia, haciendole saber su conocimiento de que había algo más —Bueno, eh, yo... —mordió su sandwich para dar tiempo de pensar—. Quiero llevarte al centro comercial a que escojas tu regalo antes de que cierren, sabes que los domingos cierran tempranos.

—No hace fal...

—¡Libros! —la señaló, interrumpiendola de manera abrupta —Sí, te voy a llevar a comprar muchos libros como regalo, almorzaremos y —hizo una pausa, detallando demasiado el techo—... Te voy a regalar ropa que compraremos de paso, también podemos ir al cine si quieres, iremos al...

—¡Ajá, ya! —Mia colocó su mano al frente —Dale pausa —rió—. No quiero aprovecharme de tu dinero, como mucho te acepto los libros porque ajá —hizo una mueca de obviedad—, son libros.

Bea bebió de su agua de naranja, negando con la cabeza.

—Déjame al menos comprarte una ropa bien bonita por tu cumpleaños. Así nos sacamos fotos junto al pastel y eso, ¿Va?

La pecosa la miró con los ojos entrecerrados, bebiendo lo que le quedaba del café.

—Va... -dejó la bandeja a un lado —¡Vincent!— cogió al felino entre sus brazos y frunció el ceño —¡¿Qué le hicieron a mi gato?!

La señora Gertrudys y Bea comenzaron a reír ante el estupor de la cumpleañera. Pues, habían manipulado al pobre gato para que se dejara amarrar un gorrito de cumpleaños a la cabeza, hecho a su medida y exclusivamente para él.

—Bueno bueno —Bea se levantó, dando aplausos de apuro—. Ve a ducharte, que esa cuerpa tiene bastante ropa para probarse —empezó a ayudar a la nana a recoger los platos.

—Pero dijiste que...

—Y de paso estaremos harto rato en la librería —la ignoró rotundamente, dando otro misterioso vistazo al techo y dirigiendose junto a la anciana al umbral de la puerta—. ¡A darle que es mole de olla!

*

El olvido de la agonía callada trancurría junto a las horas mientras dos amigas se paseaban por el centro comercial con casi centenares de bolsas de compras. Justo cuando se creía que no había un milímetro de dedo disponible para un asa de bolsa más, Bea Francis hacía un espacio, casi rompiento las leyes de la escala Fahrenheit.

Ambos nos equivocamos Where stories live. Discover now