Prólogo

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20 de Agosto.
Una semana después de desaparecer.

Observaba a una distancia razonable y en un punto en el que ella podía ver pero no ser vista como el cartero hacia entrega de las cartas en su casa.

Cuando la puerta se abrió se sorprendió al ver quién era la persona que las tomaba pero supo que tendría una explicación, cuando todas las personas llegaron hasta a la casa supo que todo estaba saliendo tal cual lo había planeado, se bajó del árbol dándose la vuelta y comenzando a caminar alejándose de una vez por todas de aquel lugar a que llamó hogar durante toda su vida.

Regresó al lugar en dónde se había escondido los últimos días, tomó sus cosas y se dirigió al punto de encuentro, minutos después un auto llegó, subió sintiendo una extraña sensación recorrerle el cuerpo, no le tomó importancia, atribuyendo la sensación al hecho de irse de la vida que conocía.

Comenzó a ver como poco a poco todo se quedaba atrás, sus padres, sus amigos, sus sueños de niña; para dar paso a la incertidumbre de lo desconocido, de saber que ahora solo se tenía a ella, bueno, a ella y a la persona que iba a su lado.

— ¿Crees que es una buena idea? 

— ¿Quieres que dé la vuelta? —preguntó el conductor desviando la mirada hasta ella por unos segundos.

—No —respondió segura—, supongo que es extraño que tú en específico me esté ayudando a escapar.

—Fuiste tú quién apareció en la puerta de mi casa —le recordó.

—Una parte de mí creyó, que cuando me hallarás y me dejaras hablar me llevarías a rastras de regreso a mi casa, creyendo que sería lo mejor para mí, pero me alegro que no haya sido así.

—Sabes que no soy así —no del todo, pensó ella—, respeto tu decisión, sea por lo que sea que la hayas tomado, pero no puedo negar que ha sido duro tener que mentir a todos.

—Lamento haberte involucrado en todo esto —se disculpó—, pero eras mi única opción.

—Ya hemos hablado de eso, no tienes nada que agradecer —respondió deteniéndose al comienzo del pueblo, al lado de la carretera se observaba el cartel de bienvenida—, ¿Completamente segura? —preguntó una última vez.

Lucía se volteó en su asiento mirando a través de la ventana del auto el pueblo, diciendo adiós y pidiendo perdón una última vez en su mente, con un nudo en la garganta y las manos sudorosas por los nervios asintió.

—Segura —se acomodó en el asiento—, hay que irnos —dijo observando al frente, observando su nueva vida.

Con Amor, Lucía. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora