Capítulo 5

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Cuarenta minutos después, Cate bajó a la cocina y se encontró a Bruno sentado en la mesa, con una cacerola al fuego que, debía reconocer, olía muy bien. Catarina también olía muy bien: él sintió su suave perfume con olor a vainilla y levantó la mirada de su teléfono. La bailarina llevaba el cabello todavía un poco húmedo, y usaba un bonito vestido corto, de flores de distintos colores. Estaba deslumbrante, pero no sabía si decírselo, ya que podría tomarlo a mal. Se notaba mucho mejor, su rostro había recuperado el color e incluso sonrió cuando lo vio.

—Huele estupendo.

—Es la receta de sopa de mi madre —respondió él—, te aseguro que te gustará. Me tomé la libertad de revisar tu despensa, pero no tienes muchas cosas. Fue milagroso que pudiera encontrar los ingredientes correctos para la sopa en el mercado de al lado, incluso el cilantro que la hace especial. Pienso que debemos ir a por provisiones cuanto antes.

Cate lo miró riendo. Parecía su esposo, pero cuando lo meditó mejor, aquel pensamiento la asustó.

—Yo me encargaré mañana. ¿Cuándo regresan a Milán?

—Yo mañana temprano en el primer tren pues tengo consulta; creo que Bella se quedará hasta el martes.

Ella no dijo nada, y se sentó frente a él en la mesa, aguardando a que estuviera la sopa lista.

—¿Tus zapatillas continúan mojadas? —preguntó.

Bruno soltó una carcajada.

—¿Me estás echando, Cate?

Ella se ruborizó.

—No es eso; es que sigo apenada por lo que sucedió. Es probable que tus hermana y cuñado estén aguardando por ti en casa.

—Les he escrito para advertirles que estoy en casa de un amigo y que no regresaré hasta más tarde.

Cate asintió. Sí que aquel hombre quería pasar la tarde con ella de todas maneras.

—Si me lo permites, me invitaré a la sopa —continuó el doctor.

—Por supuesto; puedes comer también lo que preparó Valeria, no creo que quiera olerlo después de lo que sucedió.

—Razón de más para no comerlo frente a ti —repuso él con todo cuidado—. La sopa bastará.

Cate no podía explicarlo, pero se sentía nerviosa cuando estaba frente a él; era una sensación indescriptible. Aunque quisiera alejarlo, debía reconocer que le simpatizaba bastante.

—Es una casa preciosa, Cate. El salón de ensayo por lo que puede ver es muy bonito. Debe ser maravilloso para un bailarín tener su propio espacio.

—Así es; pienso decirles a Bella y a Pablo que vengan mañana para que lo conozcan y comenzar a ensayar para la audición. Mamá al parecer ha cuidado mucho esta casa, pese a que hace diez años que no venimos.

—¿Y por qué?

Cate se encogió de hombros.

—Desde que tengo uso de razón no se ha llevado bien con tía Gina, no sé bien la razón. A pesar de ello, se afanó para hacer construir esta casa con todas las comodidades. Cuando vivíamos en Milán veníamos alguna que otra vez, pero siempre muy poco. Y tras el divorcio de mis padres, no habíamos vuelto a venir.

—¿Tu madre está en Nueva York?

—Ya no. Tiene un contrato como profesora en el Royal Ballet de Londres, aunque me dijo anoche que vendría pronto a verme.

—¿Y tu padre? —preguntó con curiosidad.

—En Copenhague con su nueva familia. También ha encontrado su espacio en el Royal Ballet de allí como coreógrafo y profesor. Es un hombre muy talentoso.

El dulce adagio ✔️Where stories live. Discover now