Capítulo 6

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Bruno estaba tan feliz como un niño. La había besado —un beso maravilloso— y ella lo había correspondido. De no haber sido por los fuegos artificiales, no se habría apartado de su lado. Eso le hacía albergar esperanzas, aunque sabía que debía ser muy cuidadoso para no espantarla.

Se levantó de la mesa y se colocó a su lado. Vieron juntos en silencio por al menos unos quince minutos, el colorido de los fuegos explotar frente a sus ojos. Era un hermoso espectáculo, pero él prefería sus besos. Bruno recostó su cabeza en el hombro de ella, y aguardó paciente a que cesaran los estruendosos juegos de color.

—¿Podemos marcharnos? —le preguntó ella con voz queda.

Él asintió, dándole un fugaz beso en la frente.

—Sí, vamos.

No quería presionarla, no pretendía llevarla al punto de darle un nombre a aquello que ambos experimentaban, porque no quería que las prisas terminaran lo que hasta entonces estaba en ciernes.

Bajaron en silencio hasta la terraza de la planta bajo. La animación seguía, el lugar continuaba repleto de personas, pero Bruno no quiso marcharse sin antes despedirte de Giulio. Le agradeció por la invitación, y le dio otro abrazo. El hombre sonrió observando a Cate a su lado, y añadió que hacían una bonita pareja. Bruno no lo sacó de su error y Cate se ruborizó apenada. Sabía que su silencio se hacía cómplice de algo que en realidad no podría suceder.

Bruno encontró un taxi y dio la dirección de Cate. No hablaron mucho durante el trayecto, salvo para decir que había recibido un mensaje de Isabella y que ella y Pablo iban rumbo a la casa también. Eso lo hacía sentir más tranquilo, pero por otra parte la ansiedad de lo que podría suceder a continuación lo ponía nervioso, algo impensado en un hombre que pasaba de los treinta años.

Al llegar a la casa, Bruno despachó el taxi y le pagó. Cate lo miró asombrada:

—¿No quieres que el taxi te espere y te lleve a casa? —le preguntó. Por un momento creyó que él pretendía pasar la noche en su casa.

—Regresaré caminando, lo prefiero —contestó él colocando el dinero en la mano del conductor.

No pensaba dormir en casa de Cate, eso jamás pasó por su cabeza, pero al menos creyó que podrían disfrutar de algún momento de intimidad en el salón de la casa. Necesitaba saber que las cosas estaban bien entre ellos, y un nuevo beso tal vez le brindara la paz que necesitaba para conciliar el sueño esa noche.

Atravesaron el jardín y Cate se quedó de pie frente a la puerta. Él comprendió que la velada terminaría ahí, y aunque estaba un tanto decepcionado, pensó en darle un beso de despedida justo allí.

Cate lo detuvo colocando sus manos sobre el pecho de él y apartándolo con suavidad. Sus ojos le rehuían y volvía a tener la garganta seca, así que hizo un esfuerzo por volver a encontrar las palabras oportunas.

—Bruno, lo siento. Lo que sucedió esta noche fue un error.

Él estaba por completo descolocado con aquella frase.

—Cate, sé que estás asustada, pero no tienes por qué estarlo; te prometo que no haré nada que no quieras e iremos despacio, pero por favor no huyas de mí.

Ella negó con la cabeza.

—Fue una noche preciosa, pero no puedo darte esperanzas. No quiero ni puedo involucrarme contigo. Sería un error…

—No lo entiendo… —Jamás se esperó una reacción así—. Sé que apenas nos conocemos, pero no puedes negar que algo muy fuerte está sucediendo entre nosotros. No puedes apartarte así, pretender que no sucedió nada, porque ambos lo sentimos.

El dulce adagio ✔️Where stories live. Discover now