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Capítulo XII - Robert

    El día era como cualquier otro. Los colores de otoño se dejaban ver en las hojas de los árboles y en el silbido de la brisa fría. Octubre se había vuelto su mes favorito. Había pasado siete meses esperando por su llegada, preparándose para el tan esperado día. Pero ella había llegado con dos meses de adelanto. La pequeña luz de sus ojos. Con tan solo una semana de vida se había robado su corazón. Lo daría todo por esa bebita. No podía contener la emoción al tenerla en sus brazos. Esperaba con ansias el momento en el cual finalmente pudiese llevarla a casa. Por ser prematura, debía pasar un tiempo en el hospital. Mientras su esposa permanecía en el hospital con la bebita, él trabajaba. Tenía que hacerlo. Quería darle todo a esa nueva integrante de la familia, así que pasaba la mayor parte del día trabajando, y las tardes en el hospital. Esa era su rutina, pero no le importaba. 

    Como de costumbre, Robert se encontraba en uno de sus tres trabajos. Por suerte, todos los trabajos eran en el centro comercial, así que no tenía que apresurarse para llegar de uno al otro. Solo tenía que caminar de un local a otro. Cambiarse el uniforme varias veces durante el día era el único fastidio de trabajar de tal manera. Pero ni siquiera eso podía molestarlo. El nacimiento de su primera hija lo había vuelto invencible. Ella era su fortaleza y su debilidad. 

    Comenzaba a caer la tarde y entraba la hora del cambio de turno. En uno de los lavabos del centro comercial se cambiaba la ropa para ponerse el uniforme del supermercado. Odiaba esa camisa roja y pantalón marrón, pero sobre todo detestaba el delantal azul. “Que combinación más ridícula.” pensaba mientras se miraba en el espejo. No pudo evitar pensar en su hija. Ese reflejo que ahora veía le pertenecía a un padre. Ahora tenía la responsabilidad de cuidar y ver crecer a la nueva integrante de la familia. Jamás se vio dentro de su ajetreada vida en una posición tan importante como la de ser padre, pero era incapaz de arrepentirse. Su vida había dado un giro de ciento ochenta grados y un mundo de posibilidades se abría ante él. No importaban las ojeras que comenzaban a aparecer, ni los dolores de espalda.

    Salió finalmente del lavabo y se dirigió al supermercado. Había una gran cantidad de clientes, como era usual para aquellas fechas. Muy pronto sería Halloween, y las cenas festivas atraían a muchos clientes al lugar. Suspiró profundo y se dirigió hacia uno de sus compañeros de trabajo. Realmente no lo soportaba. Era un hombre muy irritante. Tal vez se debía a su edad, pero su inmadurez llegaba a extremos que ni siquiera Robert podía manejar. Y eso que solía ser muy paciente con todo el mundo. 

—¡Hey Robert! Llegas tarde. ¿Dónde estabas? -dijo sonriente-

Miró su reloj. De hecho había llegado quince minutos antes. Ignorando por completo la voz de Minho, su fastidioso compañero de trabajo, se dispuso a comenzar su labor. Caminó hasta el área de almacén, y tras encontrarse con su jefe y recibir algunas órdenes, se dispuso a trasladar cajas desde el almacén hasta las góndolas del supermercado, sumido en sus pensamientos. Normalmente no hablaba con nadie en el trabajo, a excepción de su jefe, claro está. Eso le agradaba. No venía allí para hacer amigos, venía para ganarse la vida. Pero por alguna razón siempre lograba captar la atención de Minho, quien insistía en convertirse en su amigo. Aquel chico de ojos rasgados y cabello teñido siempre se las arreglaba para irritarlo. No hacía falta que tomara acción, con su simple existencia bastaba para causarle ansiedad a Robert. Tal vez se debía a su constante parloteo, o tal vez a su torpeza al realizar tareas. Fuese cual fuese la razón, siempre intentaba evitarlo. 

Las horas pasaron monótonamente. Se acercaba la hora de salida y esto lo ponía ansioso. Pronto podría ver a su esposa Carla y a la pequeña Autumn. No había ningún problema durante el día que no se solucionara con verlas. 

Crónicas de un Zombie ©Where stories live. Discover now