1. El vestíbulo

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Alba ya no sabe cuánto tiempo llevan ella y sus amigas esperando en la cola. Se suponía que iba a ser algo rápido: pedir la llave de la habitación del hotel, la de la sala de ensayos y un mísero mapa para buscarse la vida. Para las doce del mediodía, hipotéticamente, ya estarían ensayando, y a la una y media deberían ir dejando la sala para ir a almorzar.

Pero se retrasaron desde el momento en que Sonia se quedó dormida y, al despertarse, ya con Tamy y Alba esperando en la furgoneta delante de su casa, no tenía terminada la maleta. Las otras dos han tenido que entrar a su casa a ayudarla, disuadirla de ducharse y hacerse el desayuno (le guardaron un par de frutas y galletas en una bolsa para el camino, eso sí) y hacer una comprobación rápida de que no se le hubiera olvidado nada (por supuesto, no ha sido el caso) antes de salir pitando de la casa.

—Cuando estés viviendo conmigo, esto no va a pasar —repite Tamy una y otra vez en el camino.

—No sé si la vas a soportar como compañera de piso —le advierte Alba.

El hotel que las ha contratado esa semana está en Alicante, pero bastante lejos de la zona donde viven las tres. La oferta ha sido tan buena que no han dudado en aceptarla: una semana tocando por las noches a la hora de la cena para un público mayoritario de guiris de mediana edad a cambio de hospedarse en el hotel durante ese periodo. Si bien lo que cobrarán no les alcanzará para mucho más que para pagar la gasolina del trayecto, están acostumbradas a trabajos mucho menos rentables.

Sweet California existe desde 2018 y, aun así, el 98% de la población —si no el 99%— arrugará el ceño y te pedirá que repitas el nombre si preguntas si las conoces. A Alba tampoco le pesa demasiado ese anonimato. Al fin y al cabo, el grupo nació del simple deseo de hacer música entre tres amigas que se habían conocido en un bar tan poco frecuentado como el tipo de locales en los que ahora tocan.

El caso es que ya es más de la una y ellas siguen atascadas en la cola, cargando las maletas y mochilas con caras de aburrimiento, mientras la pareja de alemanes que conversa con el recepcionista eterniza su turno más de lo que debería estar permitido; la chica que tienen delante discute acaloradamente por teléfono y Alba se pregunta si es normal que solo haya una persona atendiendo en el mostrador.

Por entretenerse con algo que no implique a su móvil ni a su 12% de batería, agudiza el oído para enterarse de la conversación de la chica de delante. Al menos, ella sí habla en español.

—¿Cómo que en el estudio? ¡Pues pospones lo del puto estudio, que tienes un compromiso! Blas, tienes que aprender a plantarte con la discográfica. A ellos les interesa conservarte, ¡aprovéchate de eso, si hace falta! ¡Y más si es para no dejar tirada a una amiga, que esto te conviene más a ti que a mí! ¡Joder!

Alba, con la cabeza gacha, alza las cejas hasta casi llegarles al cuero cabelludo. Cuando levanta la mirada, se encuentra con las mismas expresiones en las caras de sus compañeras. Sonia agita una mano.

—¡Jo-der!

—No me gustaría estar al otro lado del auricular.

—Tías, me suena mucho su voz —comenta Sonia.

—¿Sí? ¿De qué?

—No lo sé.

La de ojos azules se asoma por detrás del cuerpo de Alba para mirar a la chica, pero no hay mucho que reconocer: figura delgada, jersey negro, pantalones grises ajustados y pelo castaño, un poco por debajo de los hombros. Podría ser cualquiera.

—Si al menos se girara...

—Prefiero que no lo haga —admite Tamy, mirando fijamente la espalda de la chica con expresión seria—. La veo capaz de arrancarnos los ojos por el simple hecho de estar en su camino.

I fancy you (Albocío)Where stories live. Discover now