6

335 49 4
                                    

Joohyun estaba sentada en su sofá con un montón de libros esparcidos delante de ella en la mesita de centro y un bloc de notas en el regazo.

Había estado investigando el tema
del bondage, los juegos de dolor y el
intercambio de poder y los motivos por los cuales a la gente le excitaban estas cosas.

Lo que había leído la había excitado, eso
estaba claro. Y se había imaginado en
las diversas situaciones: atada, azotada
e incluso fustigada. Podría aducir que se
debía a eso el pálpito que se notaba entre
los muslos si quería mentirse a sí misma.
En realidad quien le hacía esas cosas no era una partenaire sin rostro.
Seulgi había estado en todas y cada una
de las situaciones: eran sus manos las
que tenía encima y era ella quien le daba
órdenes.

Suspiró, agarró la taza de té y le dió un
sorbo, lo había endulzado dos veces.

El aromático té le alivió la garganta, pero el resto del cuerpo estaba tenso como un
alambre.
Habian pasado tres dias desde que hablara con Seulgi y aún no había tenido noticias suyas. Se preguntaba si formaba parte de la demostración de poder o si simplemente estaba muy ocupada. Fuera como fuese, no le gustaba, no le gustaba estar alimentando ese comportamiento dominante.
Sabía que estaba pasando demasiado
tiempo diseccionando las cosas, pero no
podía evitarlo. No era ninguna chiquilla
pasiva que se derritiera a su paso e hiciera cualquier cosa que le pidiera, o que fuera a permanecer sentada junto al teléfono como un perrito faldero, esperando su llamada.

Entonces, ¿Por qué estaba haciendo
precisamente eso?

Había salido con muchas personas y nunca había sido de esa clase de chicas.
Nunca había tenido que esperar a nadie.
El sexo era abundante para una mujer
liberal como ella había sido siempre. Si le interesaba una persona, se lo dejaba claro desde un principio.
Las personas, a su vez, sentían que con ella no les hacía falta jugar a jueguecitos como con las demás mujeres. Joohyun mantenía las distancias para que ellas nunca pensaran que la tenían. Y, de hecho, ninguna lo había conseguido.

Ella tampoco jugaba a ese juego.

Pero Seulgi la tenía pillada de una forma
que no entendía...

Dejó la taza en la mesa, agarró un libro
y lo hojeó, tratando de centrarse otra vez
en su tarea. Buscaba una explicación más profunda de la psicología y la química del subespacio: ese estado parecido al trance que muchos sumisos alcanzaban durante el juego BDSM.
Entendia el proceso químico, cómo se
liberaban las endorfinas en el cuerpo en
respuesta al dolor o a la estimulación
sexual, pero no tenía tan clara la parte
mental y emocional del proceso.
¿Por qué respondía la gente a ciertas cosas y no a otras? Había leído muchas veces que algunos sumisos podían empezar su descenso al subespacio cuando los ataban y les daban órdenes. A veces, incluso, bastaba con oír una voz dominante.

El tono suave y rasposo de la voz de Seulgi vagaba por su mente y le hacía cosquillas en la piel como una leve corriente eléctrica.
Como si pudiera sentir la sutil vibración del sonido.
Juntó los muslos al notar un repentino dolor en la zona.
De acuerdo, entendía esa parte.
Volvió a hojear el libro y su mirada se posó en la fotografía de una mujer atada con una cuerda en una especie de arnés muy complicado pero no eran las cuerdas lo que le llamaba la atención ni la suave piel de la mujer, arrodillada y desnuda salvo por la cuerda. Era la mano de un hombre en algún lugar fuera del encuadre y la manera en que le acariciaba la cara.
El gesto inspiraba cierta ternura.
Le encantaba el contraste, la implicación
de que la mano de este hombre pertenecía a quien la había atado, y ahora tenía un control total sobre ella.

Sintió una oleada de deseo.

Una pequeña parte de ella quería ser esa
mujer y estar así con Seulgi.

Sᴜᴍɪꜱɪóɴ - seulreneWhere stories live. Discover now