35.

490 98 18
                                    

Lo que sentía mientras caminaba de su mano por las concurridas calles de Noruega, no podía ser definido con ninguna palabra. Sabía que delante de mí tenía muchas cosas hermosas por ver y que probablemente no volvería a ver más, pero preferí verlo a él.

Aquel lugar estaba lleno de gente con rasgos muy distintos a los míos, pero él lograba colarse perfectamente entre ellos, e incluso era capaz de resaltar. Si miraba mejor, me enamoraba todavía un poco más de aquella persona que parecía tan irreal bajo la luz de las coloridas farolas del puerto, contrastada con las fachadas de los negocios que habían por ahí.

Recorrimos los lugares más preciosos de aquella ciudad, comí muchos bocadillos y dulces, también escuché mucho de la historia de casi cada rincón. No era de extrañar que el vampiro tuviera tanto conocimiento, después de todo su madre era de ese país, de ahí el hecho de que la cabellera de Wonho fuera dorada como el oro, igual que la de su madre.

Me divertí, sonreí y amé cada momento a tal punto de que me olvidé que aquello nuestro no era algo normal. Me olvidé de que mi acompañante era un vampiro y que yo lo alimentaba, de que él viviría por cientos y cientos de años y yo moriría probablemente joven. Me olvidé de mi enfermedad, de mis problemas, de mi vida entera, incluso de Kihyun. Pero no por mucho tiempo.

Pedí que aquel día fuera así porque quería tener momentos memorables con aquel ser por quien ya sentía un fuerte sentimiento que no quería nombrar. Y así, si en los próximos días me pasaba algo, entonces me iría feliz, sabiendo que pude ver su sonrisa brillar con tanto esplendor.

— Wonho... —le llamé mientras me ayudaba a comer otro bocadillo que me había comprado, poniendo pequeños trozos en mi boca, pues aunque él no comía comida humana, parecía embelesado con verme comer, casi como fuera él mismo quien disfrutara el sabor de la comida— Wonho.

A pesar de tenerme justo enfrente, parecía no querer prestarme atención hasta que hice el segundo llamado.

— ¿Qué ocurre? —preguntó hasta después de dejar el bocado en mi boca— ¿Ya estás lleno? Todavía te falta comer la cena, creo que deberíamos ir al restaurante que está por...

— Escúchame. —le pedí, interrumpiéndolo muy a mi pesar— Creo que pronto lloverá. Quizá deberíamos volver.

Él me miró fijamente un par de segundos y continuó con su tarea de darme pequeños trozos del bocadillo.

— Está bien, dentro del restaurante no nos mojaremos. —comentó sin mirarme— En todo caso podemos escondernos en algún sitio y usaré mi don para llevarte a casa totalmente seco para que no te resfríes.

No pude apartar mi mirada de su rostro en mucho tiempo. Era tan angelical, estaba tan distraído, tan relajado que odié ser yo quien rompiera esa atmósfera tan linda.

— Creo... —suspiré— Creo que quiero volver a casa. A mi antiguo apartamento. —al escuchar mi frase, su mirada buscó la mía rápidamente— Quiero estar solo por un tiempo.

La tristeza que lo invadió fue notoria, al igual que la confusión que seguramente estaba sintiendo. Probablemente no entendía por qué estaba diciéndole esas cosas justo después de haber compartido un día tan lindo juntos.

Tardó bastante tiempo en responder, yo tampoco lo forcé a hacerlo, ni di excusas sin sentido vestidas de explicaciones razonables. Sólo esperé.

— ¿Hay algo que necesites? —preguntó en un susurro— Si tienes algo allá que extrañas, puedo comprártelo aquí, y si quieres el tuyo, puedo ir y traerlo para ti... Lo sabes, ¿verdad? —preguntó casi suplicándome con la mirada— Si alguien en mi casa te dijo algo indebido, yo solucionaré el problema, y s-si fui yo el que se equivocó, entonces dímelo y me disculparé contigo apropiadamente.

Blood Donde viven las historias. Descúbrelo ahora