- ̗̀➽◦̥̥̥30; Realidad viviente, pasado presente

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• Advertencias: lemon.

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La noche era extrañamente cálida: en realidad, no se trataba de la temperatura que poseía, mas bien era el sentimiento que generaba. Las estrellas deslumbraban con su radiante magia a cualquier mortal espectador; la luna resplandecía en lo más alto, guiando a un sinnúmero de viajeros de vuelta a su hogar; la reconfortante estridulación de los grillos, acompañado por la solitaria ululación de los guardianes nocturnos, hacían de aquella noche un verdadero espectáculo. No eran la clase de lujos que los descendientes de la realeza estaban acostumbrados a gozar, aquel preciso momento trascendía de cualquier bien material e incluso lucía insignificante ante la paz que aquel sosegado escenario otorgaba. No había campesinos ebrios gritando a todo pulmón estruendosas cacofonías disfrazadas de cánticos angelicales, ni pequeñas farolas encendidas afuera de las viviendas, y mucho menos pueblerinos desvelándose por algún asunto en particular. Los nativos, aquellos seres que fueron perseguidos durante décadas debido a su poder, eran tribus pacíficas y en contacto con la naturaleza y el entorno que los rodeaba. En cuanto el sol se ponía, los contagiosos bostezos se oían como eco entre los integrantes. Sus párpados se cerraban en cuanto el último destello solar se esfumaba, y caían redondos a los brazos de su deidad onírica. La vida nocturna era inexistente para ellos, dado que el sol era su única fuente de luz, y ciertamente no tenía sentido realizar las actividades que comúnmente ejecutaban en un panorama en donde no podían ver ni siquiera más allá de su nariz. En cuanto la oscuridad los acunaba, el descanso resultaba inminente.

Esa noche Eren y Armin descansaban juntos, abrazados el uno al otro. Finalmente se encontraban como desde un inicio anhelaron estar. Sus corazones bailaban de felicidad a un son conocido, una melodía que solamente ellos dos eran capaces de comprender. El rubio tenía su mano puesta en el pecho del moreno; sentía como su pecho se achicaba y agrandaba conforme el oxígeno entraba y salía de éste. Lo escuchó roncar, moverse sutilmente y acercarlo inconscientemente hacia él. El castaño tenía puesto un brazo alrededor de él, atrayéndolo hacia sí de vez en cuando. El omega sonrió instintivamente, había esperado demasiado por ese momento.

Sus viviendas estaban construidas con materiales naturales, evidentemente simples. Unas cuantas ramas y hojas eran suficientes para construir firmes chozas, aunque no eran muy útiles en tiempos de lluvia. Aún así, lograban arreglárselas con lo que su ingenio les permitiera fabricar. Todas ellas se agrupaban a una distancia considerable, mas no lejana. Si bien era cierto que la privacidad dentro de aquella comunidad era prácticamente inexistente, a ninguno parecía avergonzarle dicho hecho. En realidad, era todo lo contrario. Para ellos cualquier conducta primitiva y biológica (como la reproducción) resultaba absolutamente normal y entendible. No había ningún motivo para apenarse.

Los habitantes construyeron esa choza específicamente para ellos dos. Fueron presentados como pareja, sin embargo, remarcaron que aún no estaban casados. Eso último fue aclarado por Hange, quien lo mencionó para solicitar ayuda para la preparación de su boda. Los nativos accedieron ya que, dentro de su cultura, una unión era sagrada y traería buenas noticias para las futuras cosechas.

En cuanto amaneció, los nativos que se comprometieron a colaborar con los preparativos de la boda empezaron a poner manos a la obra. Algunos se movilizaban entre el frondoso valle que los resguardaba, iban en busca de hierbas específicas que les serían útiles para los rituales de purificación. Otros cuantos, acomodaban las piezas que les serían necesarias durante la realización del mismo. Y por último, unos pocos, se manifestaban sirviendo al gran Helos, quien era conocido como el chamán de la tribu.

Desde muy temprano, Hange y Sasha se adentraron a la choza de los futuros esposos. Saludaron con un enérgico «buenos días», el cual terminó convirtiéndose en lo que el cacareo efusivo de un gallo simbolizaba para un granjero. 

Seamos malos juntos || Yumihisu y EreminWhere stories live. Discover now