7|Malas Combinaciones.

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Wardo

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Wardo


El despertador marca las cinco de la mañana cuando le miro tan veloz como un misil. Mis ojos amodorrados se resisten a abrirse por completo, y mi vista es pastosa. Más, no tardo ni un minuto entero en percibir la humedad aglutinándose en mi pecho. Palpo con mis dedos, y mis cejas se unen hasta rozarse.

―¡Eugene! ¿Qué demonios...? ―rechisto, pasándome las manos por el cabello mientras sutiles gotas de agua se deslizan por mi camiseta y entre mis dedos.

Eugene me da una sonrisa, y se encoge de hombros.

―No me lo agradezcas ―dice como si me hubiese hecho un favor. Su modestia me causa irritación, que manifiesto lanzándole una mirada llena de acidez mañanera―. Ahora ponte algo de ropa. Tenemos que hacer seis kilómetros esta mañana. ―Eugene aplaude, y le atiza un par de aporreos contra el marquillo de la puerta de la habitación que compartimos.

―¡Mierda! ―increpo en mi soledad.

De un salto, me salgo de la cama. Me arranco la camiseta, y lucho en el proceso para liberarme y suelto aire cuando lo consigo. Me dirijo al baño en el corredor, y compruebo los intensos círculos oscuros que rodean mis párpados en una aterradora especie de antifaz. Dios... alguien enséñele a mi compañero de habitación que existen incalculables maneras de despertar a alguien.

Pero ha sido chapado a la antigua. Usa los métodos de los cavernícolas.

Abro el grifo y hundo mis manos bajo el tibio chorro que emerge del tubo. Hago un esfuerzo por deshacerme de mi miserable aspecto de zombi madrugador, y vuelvo a mi habitación por ropa deportiva limpia... pero, sobre todo, seca.

―¿Por qué tienen que hacer tanto ruido? ―Los gritos de Loise se filtran por medio de las paredes de concreto que separan nuestras habitaciones. Sin embargo, sus gritos y reclamos son sustituidos por el atronador sonido de la licuadora.

Loise empieza a gritar el triple de fuerte para ser oída.

―¡Si no apagas esa maldita cosa, te juro, Eugene, que serás el último heredero de tu generación...!

Sonrío mientras ato los cordones de mis zapatillas deportivas, y me encamino en dirección a la cocina. Sin embargo, Loise me intercepta a medio caminar. Ella se haya plantada junto a la puerta de su habitación con una manta rodeándole el cuello, y los ojos adormilados.

―Buen día, Loise. Luces linda hoy ―le saludo, sin detenerme en mi camino.

Ella me sigue las huellas.

―Idiota ―susurra. Pero alcanzo a escucharla―. ¿Por qué demonios tienes que despertar a todo el vecindario, Eugene? ―protesta, cruzándose de brazos en la entrada de la cocina.

Eugene sirve sus batidos mañaneros en dos vasos de cristal hasta que desbordan. Su expresión es será e inalterable, incluso con nuestra compañera de departamento escupiendo veneno por la boca.

Conexión Irresistible © [Pausada]Where stories live. Discover now