El final de Perdón por las mariposas

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Al otro día, miré divertida con un café en la mano, como mi chico se removía en la cama con cara de dolor al despertarse.

Esa resaca tenía que estar matándolo, mínimamente. Se estiraba y se quejaba porque el sol entraba entre las maderas de la persiana directo a los ojos, los que ahora había tapado con un brazo por sobre su cabeza.

Alcé una ceja sonriendo, porque las vistas eran impresionantes. Con todo el torso desnudo y las sábanas hechas un lío en su cadera, estaba para comérselo... Y si no lo hacía, era porque me compadecía de su pobre cuerpo que todavía estaría sufriendo las consecuencias de los excesos de la noche anterior.

Thiago se giró buscándome torpemente y abrió un poco los ojos al sentir algo de plástico chocándole la mano. Fuera de la cama, un balde en el suelo por las dudas. Frunció la nariz y me miró confundido, pidiendo explicaciones. Qué guapo era...

—Sí, buenos días. – dije, reprimiendo la risa. —Eso es porque anoche me hiciste limpiar el baño dos veces, y no quería tener que hacerlo también acá. – negué con la cabeza, haciéndome la indignada. —Y mirá que nunca limpio...

—¿De verdad? – preguntó, sentándose en la cama con expresión alarmada. —Perdón, no me acuerdo de nada.

—No es para tanto. – me reí.

Pobrecillo. No lo recordaba, pero aun estando ebrio, se había sentido mortificado por haber vomitado en el suelo. Y es que estaba tan mareado, que no podía ni mantenerse en pie. Había tenido que darle una ducha con la ropa puesta, haciendo una fuerza inhumana, y él después había querido limpiarlo todo.

¿Cómo? Si ni podía caminar en línea recta.

Era más lo que se golpeaba que lo que ayudaba... Así que lo había recostado y me había encargado sola del desastre.

Él lo había hecho por mí, siempre me había cuidado en miles de oportunidades; por una vez que me tocara a mí, no iba a morirme.

Aunque era divertido hacerme como si estuviera reprochándoselo, porque se torturaba con facilidad, y era adorable de ver.

—Ahora cuando me pueda parar te ayudo y limpiamos juntos todo lo que haya hecho. – dijo, apenado. —Lavo la ropa y cambio las sábanas.

Me reí y arrodillándome en la cama, llegué hasta donde estaba para mirarlo de cerca.

—Sabes que no me importa. – dije y lo besé despacio.

—Igual, ya bastante que me estoy quedando en tu casa, y que anoche te tuviste que hacer cargo de mí... – dijo avergonzado y yo le guiñé el ojo.

—Vos también te hiciste cargo de mí... en el auto. – le recordé y sonrió entendiendo a lo que me refería.

Incliné mi rostro acercándome y lo besé lentamente, suspirando al sentir sus labios tibios sobre los míos.

—Mmm, no. – se quejó, queriendo alejarse y no lo dejé.

—Te lavé los dientes anoche después de que te sentiste mal. – aclaré con una media sonrisa.

—Qué tierna y qué... humillante. – se rio, contagiándome. —No sé si quiero que me cuentes todo lo que no pude hacer solo...

—Tu dignidad sigue intacta, Tití. – bromeé, separándome de él y tirando de su mano para que se pusiera de pie. —Ahora vamos a desayunar que hay algo de lo que quiero que hablemos.

Me miró entre aterrado y muerto de pena.

—Ay no. – dijo, frunciendo el gesto. —¿Qué más hice anoche?

2 - Perdón por las mariposas, y las lágrimasWhere stories live. Discover now