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La campana suena...

El sonido agudo es el detonante para que ambos luchadores comiencen a dar saltitos de un lado a otro mientras avanzan hacia el centro del cuadrilátero. Ninguno de los dos parece querer atacar primero, más bien esperan a que el otro sea quien dé el primer golpe.

Mi Daniel, tan precioso como siempre, luce su torso fibrado y musculoso brillando por el aceite que anteriormente le han untado para que los golpes no le dejen quemaduras en la piel. Sus músculos se mueven con sus movimientos precisos y ensayados y juro por lo más sagrado que es un espectáculo digno de ver. Adoro ver la tensión en sus grandes brazos o poder diferenciar los músculos de su espalda.

—Vera, se te cae la baba —se mofa Laura. Y es así como, sin darme cuenta, acabo volviendo a la realidad después de haber caído a los pies del embrujo Ros.

Golpeo su hombro con el mío y observo cómo Daniel es el primero en atacar lanzando un izquierdazo al rostro de su oponente, quien se cubre con el antebrazo parando así el golpe y retrocede sólo un paso. Entonces, Daniel vuelve a la carga, pero esta vez se centra en el abdomen de Sáez y éste intenta cubrirse todo lo que puede, exponiendo de esta forma su cara. Mi novio no es tonto y sé que el puñetazo que le da en la mandíbula ha sido gracias a la distracción de golpear su abdomen, por lo que Sáez se aleja rápidamente.

—¡Vamos, Daniel! —grita mamá orgullosa, lo cual me sorprende mucho ya que se escandalizó cuando supo que Daniel es boxeador profesional.

La gente grita a pleno pulmón mientras las tandas de puñetazos incrementan el ritmo. Daniel esquiva, frena y golpea como si hubiera ensayado una coreografía de puñetazos, como si supiera exactamente cuándo y dónde van a pegarle; sin embargo, Sebastián no se queda atrás, pues también parece haberse aprendido los movimientos de mi novio a la perfección porque se cubre bien y ejecuta los golpes con potencia.

Sáez trata de golpear el rostro de Daniel con la derecha, pero mi chico se agacha rápidamente a la vez que eleva el puño izquierdo con la precisión y velocidad justas para golpearle bajo la mandíbula, lo que hace que Sebastián de varios pasos hacia atrás. La euforia me invade la ver la inteligencia de su estrategia y salto de alegría en el asiento, acción que me provoca un ligero pinchazo en la zona del útero y esa razón es por la que me encojo intentando aplacar el tenue dolor.

Esteban se levanta y comienza a animar a Daniel dando gritos y voces como si viviera de ello y Laura sonríe al ver tan feliz a su novio. Mis padres parecen disfrutar de la pelea, aunque mi madre pone cara de susto de vez en cuando si se golpean muy duro, pero anima a su yerno, como ella dice, cuando cree que va ganando.

La campana suena y el árbitro se interpone entre ambos para que se alejen. Se me ha pasado demasiado rápido este primer asalto y creo que es debido a la ilusión con la que estoy viendo a mi novio pelear.

Cuando Daniel llega a su esquina, me sonríe para que sepa que está bien y puedo ver su protector dental oscuro, lo que me hace sonreír al pensar que podría caérsele como la dentadura de un anciano. Entonces, le mando un beso y él, sonriente, se sienta en la silla para descansar ese efímero minuto en el que le dan agua que tiene que escupir y secan su sudor.

—¿Cómo lo ves? —le pregunto a Esteban. De todos es el que más sabe y sólo confío en él a la hora de descubrir los puntos flacos del contrincante de Daniel.

Estaban, inclinado hacia delante para poder verme sin que Laura me tape, hace un gesto extraño.

—Es el primer round, Vera, aún no sé decirte nada claro —informa, haciendo que en mi interior se desate una poderosa incertidumbre—. He visto los suficientes combates de Sáez como para saber que su ceja izquierda es muy frágil. Si Daniel recuerda eso, en tres asaltos Sebastián perderá la visión de su lado izquierdo y tendremos ventaja.

Entre Tus BrazosWhere stories live. Discover now