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Si esto es lo primero que te sale, vuelve hacia atrás porque quizá te has perdido el capítulo anterior.

Vanessa me mira pasar cuando salgo de mi cuarto para ir hacia el baño. Simplemente me sonríe y yo le respondo con lo mismo por mera cortesía porque no tengo ni un poquito de ganas de hablar con ella, no cuando se esmera por volver loco a mi tío. Hace poco más de una semana le dejó destrozado porque le dio la gana y ahora vuelve a estar con él aquí como si nada, tan normal, como si no le hubiera roto el corazón como tantas veces con su huida... Vanessa se me antoja tan tóxica que estoy por comprarme una máscara de gas para cuando está aquí.

Me adentro en el baño y cierro la puerta para lavarme los dientes con tranquilidad y peinarme con una coleta a la que posteriormente peino con una trenza. Me lavo la cara con agua tibia y me debato entre la idea de aplicarme un poco de rímel o ir tan natural como siempre, pero termino por maquillar mis pestañas porque, no sé, me apetece. Me hace ilusión verme guapa aunque solo sea hacer que mis pestañas aparezcan más espesas y largas. Le sonrío al espejo y salgo del baño para coger mi bolso y mi bufanda porque Daniel está al llegar.

A medio camino hacia el salón mi teléfono suena y me apresuro a cogerlo mientras le sonrío a la pantalla al ver quién me llama.

—¡Hola, mamá!

—¡Hola, cariño, ¿cómo estás?!

—Muy bien, algo estresada con la uni, pero bien.

—Qué poquito queda para vernos —recuerda y noto que sonríe a pesar de que no puedo verla.

—Sí, estoy deseando llegar a casa.

—¿Al final vendrás en autobús o en avión? Tu padre tiene que saberlo para ir a recogerte.

—He estado mirando vuelos, pero se me salen del presupuesto, así que cogeré el bus.

—Podemos mandarte dinero y...

—No, mamá, no hace falta —la interrumpo, viendo cómo mi tío cambia de canal en la tele sentado al lado de Vanessa—. Ya he mirado los horarios y si cojo el de las siete llegaré allí a las cuatro.

—¡Son nueve horas, Vera!

—No importa. Tengo mi móvil y los auriculares, no me aburriré demasiado.

—¿Te marchas? —me pregunta Luis.

—Sí, me voy ya —contesto, pero mamá, como la cotilla que es, no tarda en preguntar.

—¿A dónde vas?

Ruedo los ojos con una sonrisa porque he extrañado que me interrogue cada vez que salgo de casa. Aunque no viva con ella le gusta saber a dónde voy y con quién, supongo que es la llamada preocupación maternal.

—He quedado con un... amigo.

—¡¿Un amigo?! —parece emocionada—. ¿Quién es?

—No le conoces, mamá —respondo, caminando hacia la salida porque Daniel ya debe estar esperándome abajo.

—Por lo menos dime cómo se llama.

Cierro la puerta detrás de mí para que el ruido no opaque mi voz.

—Se llama Daniel y no, no empieces con el interrogatorio porque no voy a responder nada —refuto, bajando las escaleras porque si tomo el ascensor mamá no me escuchará.

—¡Ay, virgen santísima, es tu novio!

—Mamá...

—¡Juan, la niña se ha echado novio!

—¡Mamá, para! —chillo avergonzada—. ¡¿Por qué tienes que ir corriendo a contárselo a papá?!

—Porque es una alegría, hija, ya pensábamos que no ibas a levantar cabeza después de lo de Tomás.

Entre Tus BrazosWhere stories live. Discover now