Tener esperanza

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Arlentia Umbra nunca se había planteado la maternidad de manera seria. No había podido, no se lo había permitido en todos esos años que pasó viviendo día a día sin saber si al día siguiente volvería a abrir los ojos o si aquella sería su última puesta de sol, su último beso, el último día de un miembro de su familia. Tampoco se lo planteó cuando se reunió con los nuevos Sumos Inquisidores, con la mujer que había matado a su hermana, y firmaron un acuerdo de paz.

Porque Arlentia Umbra no creía en esa paz. No después de todo lo que había ocurrido. Solo podía creer en una tregua incierta, en unos meses, puede que un año de tranquilidad, lo que necesitaran para recomponerse antes regresar al campo de batalla e intentar matarse unos a otros de nuevo.

Sin embargo, pasaron esos meses. Pasó un año y no hubo más batallas. Hubo funerales, inauguraciones, eventos. Sus hermanas pequeñas comenzaron a hacer vida, cada una a su manera. Silena empezaba a salir con aquel chico Darkai, a salir de aquel pozo en el que le había sumido la guerra. Aracne se casó, tuvo un bebé y empezó un negocio en la capital junto a su marido. Como siempre, ella se movía rápido mientras que a Arlentia se sentía estancada, todavía luchando por relajarse en su propia casa.

Sintió que tardaría una eternidad a seguir adelante, mientras que el resto del mundo ya había conseguido un ritmo. Su prima Aldara trabajaba en la capital y reclutaba brujas para el recién fundado Cuerpo de Defensa. Su marido volvió a empezar a estudiar. Él se reconstruía poco a poco y le dejaba espacio a ella para lo mismo. Se esperaban el uno al otro, paso a paso, avanzando por el terreno pantanoso de una posguerra que a Arlentia se le seguía antojando a punto de hundirse.

Pero no se hundió. Ardid prosperaba, Raveena Umbra cumplió su primer año. Silena se marchó unos meses a Firsat y entrenó en la corte de su tío Corvus. Habían luchado, habían muerto y se merecían aquella paz.

Magnus y ella nunca hablaron de tener hijos. A él nunca parecía preocuparle eso. Sin embargo, cuando le dijo que estaba embarazada, aquel hombre tan tranquilo y taciturno pareció a punto de saltar de alegría, y a Arlentia aquello le pareció una buena señal. Estaban bien. Todo iría bien. Estaban vivos, y eran más que unos soldados, más que la matriarca del clan Umbra y su marido. Eran personas. Eran una familia.

Su hija nació una calurosa noche de luna nueva, a finales de verano.  Cuando la tuvo en brazos, Arlentia se sintió un poco extraña, sin terminar de creer que había traido aquel pedacito de vida al mundo. Magnus la abrazaba por detrás, sentado en la cama, y le dio un beso en la sien.

—Es preciosa —dijo.

Arlentia sonrió. Era feliz, pero había algo amargo en aquella felicidad, un sabor que se le pegaba al paladar cuando pensaba en quienes no podían estar allí para celebrarlo. Cuando pensó en honrar la memoria de sus hermanas con su nombre, pero no se sintió capaz de hacerlo.

—¿Has pensado en un nombre? —preguntó Magnus, en voz baja, esa voz que ponía cuando tocaban cosas del pasado.

Él lo supo, igual que lo sabía todo, porque tenía la misma facilidad para leerla que para leer un libro. Aquella era una de las cosas que más le gustaban de él. Así que Arlentia le sonrió con tristeza.

—No estoy segura.

—Hm —su marido pareció pensárselo un momento—. Gaia siempre ha sido de mis favoritos. Solaris o Aldara, si quisieras apostar por un nombre de Hastat. O Nyssara. Como tu madre.

Nyssara, hija de la noche, nacida en una noche sin luna. Ese fue el nombre que escogieron, que se hizo definitivo con el paso de los años. La niña se ajustó a él como si se lo hubieran hecho a medida.

Al principio, tener a una criatura en casa se le hizo extraño a Arlentia, más aún sabiendo que era suya. Todas las noches, Magnus le contaba historias mientras jugaba con ella en la cuna. Silena se quedaba siempre en casa cuando ella tenía que viajar a la capital y pareció encariñarse rápido con la niña también. Se la subía a los hombros y la llevaba de paseo por el bosque, y la sentaba sobre un tocón de madera en el patio mientras entrenaba con la lanza y la espada. Su risa alegraba los pasillos angostos de un nuevo hogar familiar que a Arlentia siempre se le antojaría vacío, y parecía ayudar a sanar heridas.

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⏰ Última actualización: Dec 27, 2021 ⏰

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Los Siglos de la Rosa y el Cetro: Crónica de la dominación Unerisana de IstoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora