Capitulo XX

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"Solo porque alguien no te ame como tu quieres, no significa que no te ame con todo su ser"

Gabriel García Márquez.

Pasado.

El cielo grisáceo envolvía el ambiente en una nube de pesadez, ligeramente opacada por la calidez del hogar donde se encontraban Tom Riddle; un joven de mente brillante y Hermione Granger una mujer de corazón generoso.

 La mujer de alborotados rizos castaños miraba insistentemente por la ventana, esperando la presencia de su amado esposo, como todos los días en que él se ausentaba. 

—Es inútil, no vendrá, al menos no, mientras dure mi visita—comento el joven adolescente, tomando un sorbo de su tazón, con chocolate caliente.

—Tenia la esperanza—respondió Hermione alejándose del ventanal, para acercarse a Tom y abrazarlo a través del respaldo de la silla. — ¿Qué tal esta el chocolate?—cuestiono con una risa cálida causando una sonrisa espontánea en el rostro de pelinegro.

—Exquisito, como siempre- contestó — Y estos panecillos, simplemente deliciosos—señalo la charola de panecillos recién horneados— en Hogwarts la comida no es tan buena.—Finalizo con una mueca de fingido disgusto.

—Eres un lambiscón—contesto Hermione con una risilla, mientras tomaba asiento en la silla que se encontraba a un lado de Tom.

—Sabes perfectamente que es una de mis principales cualidades—recrimino con una sonrisa divertida.

—Lo se, conozco a mi hijo—Hermione se lamento al instante de pronunciar la palabra "hijo" pues la incomodidad de Tom se notaba a primera vista.

—No soy tu hijo Hermione— musito en respuesta, con una voz tan frágil y tenue que pretendía no ofender el corazón de la castaña, Tom lamento no poder guardar silencio, sabia que su respuesta lastimaba a Hermione, pero no podía evitar replicarlo.

La sonrisa de la castaña cambio a una mueca de tristeza al escuchar su nombre pronunciado con tanta frivolidad. 

Tom se percato rápidamente del cambio en el rostro de Hermione.— ¿Quieres que sirva tu taza?— pregunto con la evidente intención de cambiar el tema con rapidez, mientras miraba a la castaña con una tristeza apenas perceptible.

—¿Acaso nunca escucharé de tus labios la palabra mamá? —pregunto con la voz quebrada, era su hijo, ella lo había cuidado con esmero y amor, pero el siempre la rechazaba, nunca la vería como una madre, a pesar de sus esfuerzos. 

—Ya es tarde lo mejor será que ...— musito en respuesta, levantándose lentamente y caminando hacia su habitación. 

— Yo te adopte — interrumpió la pelicastaña, levantándose para ir detrás del joven— Yo te cuide por años, tú eres mi familia, mi querido niño... Tom, se que no soy tu mamá biológica pero te amo tanto, como si lo fuera.— finalizo mientras lagrimas cristalinas se apoderaban de sus suaves y cálidas mejillas.

—Pero no lo eres— dijo el pelinegro con serenidad, mientras intentaba, inútilmente, sosegar el torbellino de emociones que lo inundaba siempre que hablaban sobre su relación, madre e hijo —No eres mi madre y no lo serás nunca.

La joven mujer soltó un sollozo mientras se desplomaba al suelo y empezaba a llorar lastimosamente, estaba tan cansada; de los arrebatos de Draco, de su vida colmada de guerras y heridas, de su infertilidad y sobre todo de los desprecios de Tom, su adorado hijo. 

Hermione Granger había sido durante años, una estudiante dedicada y ejemplar, una bruja apasionada e incorruptible, una madre y esposa maravillosa... pero tenia heridas, heridas que marcaban su alama y destrozaban su corazón, un par de años atrás pensó que tendría su tan añorada vida pacifica, con Draco a su lado, un par de bebés y guiando a Tom, para que se convertía en un hombre de bien, sin embargo ese sueño se derrumbaba lentamente ante sus ojos, sabia que pronto moriría, Draco había cedido su voluntad al lastimoso destino del sufrimiento y Tom se alejaba de ella cada día más. —Nunca tendré tu amor ¿verdad?.

InmortalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora