🦴 Capítulo 21.

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Decir que estaba contenta de poder contar con la compañía de Mercury sería quedarse corto. Por supuesto que debía ser feliz. Su incorporación a mi pequeño mundo había sido como recibir un potente haz de luz en medio de mi soledad pacífica y tenebrosa... Sin embargo, precisamente ese fogonazo fue lo que avivó en mi interior las llamas de la ansiedad.

Fue aquello lo que descubrí unos días más tarde, al volver del trabajo y habiendo pasado un día blanco; de esos que sientes que la vida te trata como siempre, pero sabes que hay algo que no encaja correctamente. Te devanas la cabeza, sin saber qué está mal. Pero no hay nada lo suficientemente concluyente para explicar el malestar. Y la luz de la alegría te empieza a maltratar, lenta y ociosamente. Sin que tú te percates de ello. Ya lo había sentido otras veces, por lo que pude reconocerlo con sencillez. Traté de encerrar mis emociones al distraerme. Y funcionó... Al menos durante unos días. Hasta que, al volver esa tarde de la oficina, sentí la necesidad de curarme.

En los últimos años, al haber vivido sola en aquella pequeña casa, no había tenido que dar explicaciones a nadie cuando mis emociones se desbordaban o necesitaba un día de sueño extenso para no pensar en lastimarme de más con la idea de repetir una y otra vez las palabras que el subconsciente me susurraba sin compasión. En aquella ocasión, tener que lidiar con la mirada de preocupación del bitty fue muy duro. Mentir con una frase vacía para asegurar su tranquilidad, alegando que únicamente estaba un poco cansada, me mortificó más si cabe. Pero era más difícil ser honesta y tratar de explicar una tristeza o la ansiedad lacerante que me atenazaba, con motivos marcados a los que no sabía poner nombres. Me acosté, con la mente hastiada y el cuerpo pesado. Sentía que la realidad era insoportable, y me avergonzaba no tener siquiera un motivo por el que justificar mis pensamientos. Más todavía en un momento en el que, por lo acontecido, debía ser feliz.

Y lo que más me torturaba era la buena intención del cachorro cuando este trataba de animarme, sabiendo que sus esfuerzos eran inútiles. No quería el consuelo de nadie. Solo permitirme morir un poco en vida durante una tarde y llorar la quemazón de la alegría imprevista. El refugio castigador y amable de la Nube Negra en la que acostumbraba a sobrevivir de aquella vida tan vacía que, ahora, con su amabilidad punzante, me había regalado algo que atesorar.

Pasé la tarde en mi cuarto, a oscuras y en silencio. Al menos hasta que cierto personaje se acomodó a mi lado. Ninguno dijo nada. Yo le había dicho porque quería estar sola, pero tampoco era del todo cierto. Ahora no me veía con fuerzas para echarlo con un comentario mordaz... En el fondo sabía que hubiese sido injusto. Tampoco lo deseaba. Pasaron los minutos hasta que, de forma muy suave, Mercury me habló.

—Sé que no se ha estado encontrando bien estos días... ¿Quiere hablar del tema? —Negué con la cabeza. Él se calló otra vez, no queriendo insistir, mas, al rato, volvió a hablarme. —¿Está bien si la toco, señorita Dew?

—Me da igual... —murmuré tras un par de minutos de silencio.

Con mucha suavidad, como tratando de acariciar una tela de araña sin querer romperla en el proceso, el bitty pasó su mano por un mechón de mi cabello, peinándolo. En un primer momento, la tensión se acumuló en mis músculos, pero conforme pasaba sus falanges por las hebras, me fue calmando muy poco a poco.

—Hay veces en la que yo también me siento muy mal y no quiero hablar sobre ello —confesó—. Suele ser porque me vienen recuerdos desagradables.

Aunque realmente no quería hablar, aquella oración excitó mi curiosidad. Por lo tanto, acabé por preguntar.

—¿Qué clase de recuerdos?

—Suelen ser cosas relacionadas con el hombre que me adoptó antes que usted. En ese tiempo todo era muy frío. —Guardó silencio un rato, pero luego continuó hablando. —Me utilizaba para aplicar y resolver problemas para formular métodos científicos que facilitasen sus estudios o experimentos. En aquel entonces no se me permitía tener opinión más allá de todo aquello que ayudase con la investigación. Aun así, trataba de estar a la altura de las expectativas de mi adoptante... Me había elegido porque me consideraba útil, por lo que era una pérdida de tiempo preocuparme por algo como las emociones. Sin embargo, hubo un día en el que mis cálculos le hicieron ver que una de sus hipótesis era errónea y se ensañó conmigo. No dijo nada realmente grave, pero aun así me sentí muy mal... Era como si por mi culpa su trabajo se hubiese arruinado. Por ello, empecé a tratar de no llevarle la contraria, aunque él no me lo hubiera pedido. Cometía errores, pero no se los indiqué... Creo que es por eso que me acabó abandonando. Ya no era útil. Tenía miedo de que me considerase molesto... Y al final eso me hizo ser condescendiente.

Órbita. (Bittybones)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora