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–Tú me deseabas cuando tenías dieciséis años –le recordó Yoongi, deslizando de nuevo los labios por sus dedos.

Era un contacto suave y tentador.

–Yo... era muy joven entonces y tú estabas...

–Estaba loco por ti, pero tuve la madurez suficiente para darme cuenta de que eras demasiado joven para saber lo que estabas haciendo –dijo Yoongi, con una amarga sonrisa–.

- «Minnie», así es como te apodaba entonces. ¿Lo sabías? Eras un menor y podía ir a la cárcel. Después de eso, no me atreví a tocarte durante años. Ni siquiera a darte un beso en la mejilla cuando coincidíamos en las reuniones familiares. No confiaba en mí mismo, no sabía si podría seguir rechazando aquello que se me había ofrecido. Yo tenía siete años más que tú. A los veintitrés tuve que comportarme como un adulto, a pesar de que te deseaba con toda mi alma.

Jimin apartó la mano de su boca, poniéndola a salvo en su regazo.

–Me gustaría que dejaras de recordarme lo estúpido que era por entonces –dijo Jimin bajando la mirada.

–Todavía lo sientes, ¿verdad, Jimin? –dijo Yoongi en un tono ardiente–. Esa idea de lo prohibido, de la lujuria, del sexo, del deseo insatisfecho. Lo veo en tus ojos, lo siento en tu cuerpo. Siento una zozobra en la carne cuando me miras. No podremos estar todo un año sin consumar nuestro matrimonio, y tú lo sabes mejor que yo.

Jimin se atrevió a mirarlo entonces y sintió en seguida el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Yoongi hablaba en serio. Lo deseaba e iba a hacer todo lo posible por tenerlo. Tendría que ser fuerte, muy fuerte. Lo último que podía hacer era enamorarse de él. Ya lo había hecho una vez y había sido un desastre. Su vida había tomado un rumbo completamente diferente. En el fondo sabía que él era el único culpable de todo. Él había tirado su inocencia por la borda para vengarse de Min y le había salido todo al revés de lo que esperaba.

–Mi abuelo no habría pensado en ti para este matrimonio si no pensase que era lo más conveniente para ti –dijo Yoongi–. Él siempre se mostraba muy tolerante y comprensivo contigo, a pesar de lo que se publicaba sobre ti en la prensa. Siempre te estaba defendiendo.

Jimin apartó a un lado el primer plato sin siquiera probarlo.

–Era una buena persona –dijo Jimin suavemente, tratando de contener las lágrimas–. Nunca he conseguido entender cómo mi padre y él llegaron a ser tan buenos amigos, siendo tan diferentes.

–La muerte de tu hermano  supuso un golpe muy duro para tu padre –replicó Yoongi–. Algunas personas no saben sobreponerse a las desgracias. Mi abuelo entendía eso. Al fin y al cabo había visto la reacción de mi padre ante la pérdida de su hija. No existe una manera ideal de enfrentarse al dolor. Cada uno de nosotros debe encontrar la mejor manera de aprender a vivir con él.

–En opinión de mi padre, murió el hijo equivocado –dijo Jimin en un tono inexpresivo y carente de cualquier emoción, que parecía contradecir lo que estaba sintiendo, lo que siempre había sentido.

–No puedes creer eso –dijo Yoongi, frunciendo el ceño de manera ostensible–. Fue un accidente. Podría haberle pasado a cualquiera. Tú no pudiste hacer nada para evitarlo. Nadie pudo hacer nada para que las cosas ocurrieran de otra manera. Ya te lo dije antes: tuviste suerte de no haber estado allí con él.

Jimin se encogió de hombros en un gesto ambiguo que parecía no decir nada, pero que quizá decía demasiado. Él había sido la causante de la muerte de su hermano. Él no habría ido a aquella pista de esquí tan arriesgada si Jimin hubiera estado con él. Sabía que no era muy buen esquiador y no se habría atrevido a ir con el a aquella pista. Su hermano había estado siempre muy pendiente de que no le pasara nada. Habría renunciado seguramente a ir a esquiar a aquella zona y se habría quedado con él. 

Jimin siempre había dicho que había perdido el vuelo por haberse acostado tarde esa noche después de una fiesta, pero la verdad era otra. Había ido realmente al aeropuerto pero se había equivocado de terminal y, cuando quiso rectificar, ya era demasiado tarde y su vuelo había salido. Sintió tal vergüenza por su torpeza que no se atrevió a reservar una plaza en el vuelo siguiente y prefirió volver a casa y mandarle un mensaje a su hermano, diciéndole que había cambiado de opinión. Era un idiota y un estúpido. Un zopenco, como le decía, a menudo, su padre. Por su culpa, su hermanito estaba ahora muerto y él tendría que vivir con esa carga toda su vida.

–¿Jimin? –dijo Yoongi viéndolo absorto en sus pensamientos. Trató de tomarle la mano que sostenía la copa, pero este la retiró.

La bebida había sido una de las válvulas de escape que había probado en el pasado para olvidar su dolor, pero no le había funcionado.

–Está bien –dijo Jimin, con una sonrisa de circunstancias–. La vida tiene que continuar. A mi hermano no le habría gustado verme lamentándome todo el santo día por cosas del pasado. Él murió como había vivido: al límite, segregando adrenalina, con alegría, coraje y convicción.

–¿Y tú?, ¿Cómo vives tu vida? –preguntó Yoongi.

«Con miedo, temor, aprensión, remordimientos y sintiendo odio hacia mí mismo», pensó Jimin, pero no lo dijo.

–Me gusta vivir bien – le respondió  con una leve sonrisa–. Y para eso necesito dinero, mucho dinero. No quiero tener que verme obligado a trabajar nunca. No me veo sometido a una disciplina y a un empleo alienante durante los próximos cuarenta años para luego retirarme a cultivar tomates y orquídeas o lo que hagan ahora los jubilados.

–La mayoría de ellos pasan el tiempo con sus nietos –replicó Yoongi.

–¿Es eso lo que un playboy, como tú, tiene previsto hacer? –exclamó Jimin arqueando las cejas con un gesto de incredulidad.

Yoongi frunció el ceño de nuevo, como admitiendo que tal idea no había pasado nunca por su cabeza.

–No me malinterpretes. Yo adoro a mis dos sobrinos y veo la alegría que les dan a mis hermanos y a mi madre, pero nunca he pensado en formar una familia. Mi trabajo en la empresa de la familia requiere que esté disponible las veinticuatro horas del día para viajar a cualquier país del mundo. Especialmente ahora, que Namjoon y Hobi quieren pasar más tiempo con sus familias. Apenas paro en casa siete días al mes.

–¿Y esperas que yo te acompañe en todos tus viajes? –exclamó Jimin.

–Bueno, en todos no, Jimin, pero sí en la mayoría. Tenemos que dar la impresión de ser un matrimonio bien avenido y no podemos dar esa imagen si uno de los dos está siempre fuera, de viaje de negocios, y el otro tumbado en la piscina o camino del spa más cercano.

Jimin lo miró como si quisiera fulminarlo con la mirada. –¿Crees que empleo así mi tiempo libre?

Yoongi apuró su copa antes de contestar. –Lo único que sé es que no trabajas ni colaboras en ninguna causa benéfica, y que sólo asistes a las fiestas que te convienen. No tengo ni idea de lo que haces con tu tiempo. ¿Por qué no me lo dices tú?

Jimin pensó entonces en sus lienzos y en el pequeño estudio improvisado de pintura que se había montado en una habitación de su apartamento. Pensó en las horas que había dedicado a aquellos cuadros. Había hecho un gran esfuerzo por tratar de compensar con ese trabajo los errores que había cometido en el pasado. No había conseguido vender ninguno y, como la mayoría de los pintores, sabía que no podría ganarse nunca la vida con su arte, pero no por ello renunciaba a esa aspiración. Era una pasión tan fuerte como la que había llevado a su padre a levantar la empresa de contabilidad más importante del país. Pero era también uno de sus secretos mejor guardados. No quería que nadie lo supiese por si fracasaba también en aquella actividad y tuviera que darles la razón a los que pensaban que no era más un niño frívolo de la buena sociedad.

 Al igual que su madre, se suponía que él tampoco tenía cerebro ni una meta en la vida, que sólo había venido al mundo para amenizar las fiestas y reuniones sociales con un canapé en una mano y una copa de champán en la otra, y para dar más brillo y esplendor a los éxitos profesionales de su marido.

Boda para dos //YM//AdaptaciónWhere stories live. Discover now