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1750

El azabache abrió mucho los ojos cuando el puñetazo que recibió le volteó la cara. ¿El rubio inútil acababa de golpearlo? Lo miró con el ceño fruncido mientras el rubio aún mantenía el puño en alto. Oh, el realmente lo había hecho.

-¿Que te sucede? -preguntó mientras golpeaba la parte interna de su mejilla con la lengua y se limpiaba la sangre de la comisura de los labios.

-No creas que no escuché lo que...lo que dijiste de mi. Nunca te digo absolutamente nada, pero esa mentira barata que divulgaste es demasiado hasta para ti. Pueden matarme por eso.

-¿Y por qué crees que debería importarte lo que te pase?

-Se que me odias -soltó el rubio-, pero ¿Enserio tu odio es tan grande al grado de que quieras que me maten?

-No te odio -puntualizó el azabache.

El rubio no pudo evitar que una sonora carcajada brotara de sus labios.

-Si no le odiaras no habrías armado un escándalo diciendo que soy homosexual.

-Dije la verdad.

-No soy homosexual, que asco.

-Si no lo eres entonces no se porque te afecta tanto. No te harán nada.

-Si alguien que no debería, se entera de tu mentira, podrían llevarme a juicio. Todos sabemos en lo que esos juicios siempre terminan.

El azabache tragó en seco. El rubio tenía razón, era peligroso. Y como ya había dicho, no lo odiaba, solo no lo soportaba, pero tampoco quería que lo matarán. ¿Que clase de persona seria si quisiera eso?

-No fue mi intención.

El rubio puso los ojos en blanco y se fue. No entendía porque desde que se habían conocido el azabache se empeñaba en joderle la existencia.

Puntualmente, lo que había dicho el azabache sobre él, era cierto, era homosexual. Sin embargo, en Francia, en 1750, nadie podía enterarse de ello a menos que quisiera asegurar su sentencia de muerte.

Por eso odiaba más al azabache. Quizá provenía de una pobre familia como la propia, pero gozaba del privilegio de ser heterosexual y no comprendía lo que era tener que ocultar del mundo tus preferencias con tal de sobrevivir. No entendía lo que era perderse a si mismo en esa máscara que tenía que mostrar a todo el mundo.

El azabache vivía en un sistema construído a la perfección para él, dónde amar no se le podía ser castigado. O al menos eso era lo que el rubio pensaba.

Porque no, el azabache no vivía con ese privilegio, el azabache no gozaba de esa libertad. El azabache estaba igual de jodido, su vida estaba igual de condicionada.

A veces, como en aquella ocasión mientras volvía a casa, se detenía en las calles adoquinadas y miraba hacia la luna, sin saber muy bien porque, preguntándole en silencio que había hecho en su vida pasada para ser castigado de esa forma.

Porque para ambos era un castigo, para ambos era una cruz en el pecho de la que jamás podrían liberarse y solo tenían dos opciones: vivir una mentira o morir. Que para el caso ambas equivalían a lo mismo.

Por eso el odio que ambos se tenían, porque envidiaban lo que el otro en realidad no tenía, envidiaban esa vida libre que en realidad no poseía ninguno de los dos y tal vez ese no era el único motivo.

Tal vez no solo se odiaban por envidia, tal vez había algo más oculto detrás de ese supuesto odio. Tal vez su odio tenía un poquito que ver con que se habían enamorado incorrectamente, de una persona que con toda seguridad no correspondería su amor.

Porque era Francia, porque era 1750, porque eran anormales, porque eran hombres que se enamoraban de otros hombres.

Y entonces si, cuando el rubio se encontraba con el azabache sentía ese odio burbujeante y repugnante, pero también inevitablemente miraba a esos ojos hechos de estrellas y el odio se veía suplantado por el más puro dolor.

Lo mismo pasaba para el azabache, que inevitablemente estaba interesado en joder la vida del rubio, pero que siempre terminaba perdiéndose en esa sonrisa cuadrada de dimensiones desconocidas que lo hacía odiar esa vida y a esa gente que no lo dejaba ser realmente feliz.

Que jodido estaba todo, que jodido que asociarán algo tan hermoso como lo era el amor, con cosas sin sentido que su mente caprichosa no daba para pensar más allá.

El rubio lo pensaba muy a menudo. ¿En qué les afectaba al resto? ¿Cómo podría afectar a los demás a quien amara él? Eran sus gustos, era su vida, era su problema.

Su hermana, a pesar de no saber de sus preferencias, siempre le decía que no pensaba de acuerdo a la época, le advertía que controlará lo que salía de su boca porque esa clase de pensamientos podía no solo costarle la vida a él, sino también la de ella y la de sus padres.

Así que él prefería guardar bajo llave todo lo que pudiera perjudicar a su familia, aunque en muchas ocasiones ganas no le faltaran para hacerle ver a esa jodida sociedad que había muchas cosas que tenían que cambiar.

A diferencia del rubio, el azabache hubiera preferido esconderse de si mismo y no encontrarse nunca. Prefería vivir en una mentira aunque eso constituyera que todo siguiera igual. Porque era más fácil engañarse a si mismo, era más fácil pretentender que no se había enamorado de la persona correcta en el tiempo incorrecto.

"Quizá en otra época, quizá en otra vida, quizá si no fuera tan cobarde, solo si esos quizás fueran un hecho, podría permitirme tu amor", solía decirse cada noche antes de dormir y disfrutar de aquel sueño de un principe enamorado de un campesino y se lo repetía a la mañana siguiente antes de enfrascarse nuevamente en su mentira.

El Hilo Rojo || TaekookWhere stories live. Discover now