CAPÍTULO 15.

765 89 36
                                    

16 de diciembre, 2016

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

16 de diciembre, 2016.

Nunca me he considerado de lágrima fácil, no soy de las que se niegan a llorar, pero trato de evitarlo. No soy lo suficientemente fuerte como para pausarme durante un rato y decidir romperme. La vida no se frena porque tú necesites cinco minutos de descanso y esa es una lección que no soporto haber tenido que aprender. Quizás es la presión social, tal vez me he autoimpuesto obligarme a dar una imagen de mí misma con la que no me siento representada.

Llorar delante del mundo es un símbolo de valentía que yo no estoy preparada para realizar. Es como decirle a la sociedad: oíd, gente, estoy aquí, abierta en canal para que me destruyáis. Aprieta el gatillo y asegúrate de dar en el centro de corazón. Dispara y desquítate conmigo, estoy a vuestra disposición.

Y yo no soy valiente, más bien tengo tendencia a las huidas. No me verías nunca aceptar que soy cobarde y creo que es infravalorarme demasiado, no obstante, si no eres valiente, ¿qué eres?

¿No es el lenguaje el que nos describe con adjetivos que nos obligan a ser un antónimo o el otro? Hemos aceptado el juego y es lo que hay: o eres x o eres y, o eres valiente o eres cobarde.

Cuando hacía ballet me di cuenta de que mi cuerpo siempre era un poco más ancho, me había desarrollado más rápido de lo habitual y llegué a ser más alta que mis compañeros masculinos, lo que les suponía quejarse sin parar de que era demasiado grande. La realidad siempre fue distinta: me desarrollé con trece años, pegué un buen estirón hasta quedar en el 1.72 y odiaba llevar moño porque se me veía una frente enorme. Mis movimientos nunca fueron lo que se conoce como elegantes y por mucho que mis profesoras y yo los analizábamos sólo encontrábamos fallos en la colocación de mis brazos, pues no parecían movimientos naturales.

Y el día que una "amiga" y entrecomillándolo porque menuda arpía asquerosa (aún no entiendo cómo hay niñas de 12 años con tanta maldad con comentarios tan desafortunados. ¿De dónde sale esa crueldad?, ¿es innata o aprendida?) me vio llorando y lo único que se le ocurrió decir fue, y cito textualmente porque son palabras que se graban a fuego y con el pedazo de frente que tengo podría tatuármelo perfectamente que, "eres bonita, tienes encanto, el problema es que eres como un monstruito. Eres demasiado alta para los niños y muy bruta para gustar", aprendí la lección.

Supongo que es por eso que no soporto sentirme vulnerable de cara al público, por mucho que al quedarme a solas me permita ser persona. En público, no. Y el haberme sentido tan afectada por el rechazo de una persona que no me cae bien, que no creo que tengamos nada en común y que aun así me atrae más allá de lo físico, de lo humano, de lo lógico de las líneas que las personas hemos marcado y señalado como coherentes.

Idiota. Es lo que soy. ¿Cómo te vas a sentir tan mal porque un tío te diga que no? Suelto un grito contra la almohada y por respeto hacia mí misma no me abofeteo frente al espejo.

—Ya está, ya pasó. —Me digo a mí misma mientras me seco las últimas lágrimas de la cara y me fuerzo a sonreírme antes de ponerme una diadema—. A fingir que todo bien, me ha rechazado, se ha puesto posesivo, te ha afectado más de lo normal porque estás ovulando —Me intento convencer a mí misma. Llevar el chip anticonceptivo no significa que mi cuerpo no siga funcionando y seguro que es eso—. Mañana será un nuevo día, te descargas Tinder para recibir unos cuantos match, te subes la autoestima hasta arriba y cierras la aplicación.

Wild life.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora