Maldito idiota

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Bakugō tomó como cada vez aquella caja que contenía las tres cartas que más le habían dolido en toda su miserable vida. La observó con cuidado, tratando de coger de la manera más dulce y perfeccionista posible aquellos trozos de papel que tras tantos años ya habían adquirido más de un desperfecto.

Las había leído todos los días durante treinta años. Las rememoraba en cada silencio, en cada pequeño momento que tenía. Lo veía en las esquinas de su hogar, en las tardes lluviosas y hasta en las noticias de las cinco presentadas por Aoyama.

Kirishima Eijirō jamás había abandonado su corazón, aún cuando hacía treinta años de la última vez en la que había respirado el aire de Musutafu.

Momo había llegado a su casa justo cuando la noticia era retransmitida en aquella antigua televisión. Tenía los ojos llenos de lágrimas y, entre sus finas manos, cargaba con tres pequeñas cartas decoradas con la desastrosa caligrafía de Eijirō.

Cuando se dio cuenta, su corazón se estrujó con tal fuerza que incluso se le cortó la respiración. Había algo a lo que aferrarse, unas últimas palabras que atesorar en su corazón.

Leyó sus cartas al menos diez veces en un mismo día, asegurándose de guardar toda la información en su interior. Había llorado, gritado e incluso apretado las cartas mientras las leía. Todo su mundo parecía derrumbarse por la pérdida de una persona con la que ya hacía tiempo que no hablaba, y en ese momento descubrió que lo había extrañado tanto...

Cuando el te amo de Eijirō llegó en aquellas cartas, no pudo más que gritar con todas sus fuerzas que él también lo hacía; siempre lo había hecho. Le odió por abandonarlo, lo amó por dedicarle sus últimos momentos y le lloró cada día como si hubiera sido el primero. Sus palabras, aunque hermosas, fueron una daga directa a su herido corazón y a la vez el único bálsamo que podía aliviarlo.

El pelirrojo le había dedicado sus últimos tres días al completo, cada pensamiento y cada sentimiento había sido dedicado única y exclusivamente a él. Se sentía feliz por ello, destrozado por no haber podido cambiar el rumbo de las cosas. A cambio, él le había dedicado todos esos años desde su partida. Cada sentimiento y cada pequeño suceso de su vida eran dedicados única y exclusivamente a Kirishima, aquel que había sido su primer y único amor.

En treinta años no había conseguido olvidar aquella sonrisa que aceleraba su corazón cada día, tampoco fue capaz de perdonarse por no haber notado los sentimientos de su amigo y haberle odiado tanto por abandonarle. Había muchas cosas que tras tanto tiempo todavía rondaban su cabeza, Kirishima se había encargado de dejar su huella en todo su ser.

Aún así, la promesa de que le encontraría en otra vida era lo que le hacía seguir adelante. Sus palabras le habían hecho creer que realmente lo haría, que podrían reencontrarse. Había vivido tantos años aferrado a eso...

Junto a las cartas guardaba también una medalla conmemorativa al valor, otorgada a Kirishima una vez que su cadáver fue sacado de los escombros tras la lucha con el villano. Había salvado a la ciudad él solo, enfrentando a un inmenso enemigo y evitando bajas civiles; todo a costa de su propia vida, de su futuro juntos. Bakugō no perdonaba a los cabrones que le habían pedido que formara parte de esa misión, no perdonaba a Kirishima por haber aceptado semejante locura solo para que no se vieran involucrados más héroes.

¿Lo había hecho en el fondo por él? ¿Se había interpuesto para que no corriera peligro luchando contra aquel enorme villano? Estaba seguro de que sí, al fin y al cabo Momo le había dicho que en realidad pretendían mandarlo a él en vez de a Kirishima a esa maldita misión.

—Eres un maldito idiota, Kirishima Eijirō... —susurró con las manos temblorosas debido a los efectos secundarios de tantos años de empleo de su kosei. Besó una de las cartas con delicadeza, la última, antes de dejar escapar una lágrima—. Te amaba tanto, maldito idiota.

Él lo amaba, pero tan solo le quedaban unas cartas con unas hermosas palabras dedicadas y un enorme vacío en su corazón. Kirishima había muerto sin saber lo que sentía, sin escuchar su respuesta... Por eso cada día volvía a gritar su respuesta con la ilusión de que él pudiera oírlo, de que descubriera que siempre lo había amado.

Volvió a leer las cartas, al fin y al cabo había sido su rutina diaria durante décadas. Imaginó a Kirishima sentado a su lado en el salón, dejándole leer aquellas palabras que en un momento desesperado le había dedicado. Lo besó en su imaginación, lo tomó de las manos y no lo dejó ir.

Si Kirishima y él algún día volvían a encontrarse, no volvería a soltarlo por ningún maldito motivo. Le daba igual la vida o la muerte, el destino o la suerte; él jodería a todo el que hiciera falta para que no volvieran a alejar a Kirishima de su lado.

Le pensó durante años, besó su recuerdo cada día y, al final, solo quedaban las cartas como testigos de un amor que, por idiotez, no había podido ser. Eran el recuerdo constante de dos idiotas que se habían amado más que nada y que el temor había separado.

Aprendieron la lección de la peor manera. Si quieres algo, no esperes a perderlo para luchar por él. Lo había comprendido tarde, ya no quedaba por quién luchar...

Para ti, una última vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora