CAPÍTULO III: Heisenberg.

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Las horas empezaron a trascurrir y Elisabeta permanecía inconsciente en una vieja casa en el pueblo. Sus heridas no parecían mejorar y su sangre había teñido de un rojo vino la tapicería del sofá en el que se hallaba acostada. Su fiebre había disminuido considerablemente y la hemorragia empezaba a parar, su cuerpo yacía frío y carente de color, como si la vida que antes le daba brillo a sus ojos estuviera empezando a desvanecerse. Su hombro cada vez lucia peor y la infección se estaba propagando hasta el pecho.

"—¿Aún se desconocen las causas de la muerte?— Interrogó su compañera sentada a su izquierda. Elisabeta negó mientras posaba en la mesa el pequeño chupete verde.

—Era una enfermedad desconocida, a lo mejor nació con ella y no nos dimos cuenta, ni siquiera los doctores lo hicieron.— Explicó sin más lágrimas por derramar.  La mujer a su lado le sostuvo la mano en señal de apoyo.

—No fue vuestra culpa, estas cosas pasan.— La morena desvió la mirada dolida, no, no pasaban. El parto había transcurrido bien y durante los meses de gestación todo parecía indicar que su pequeña era fuerte y saludable. Algo se les tuvo que pasar por alto a los doctores, algo que a lo mejor hubiera salvado a su pequeña Anca de su destino final. 

—Debí darme cuenta de que algo andaba mal, a lo mejor  ahora la estaría acunando entre mis brazos."

Elisabeta abrió sus parpados repentinamente tomando una larga bocanada de aire. Se reincorporó con dificultades y bastante adolorida para luego frotarse la sien ante el recuerdo, su corazón se contrajo provocándole un fuerte pinchazo en el pecho. ¿Otra vez aquél sueño? Las lágrimas amenazaban con salir. «¡Vamos Elisabeta, no es el puto momento para esto!» Pensó para sus adentros limpiando rápidamente sus humedecidos ojos. Era duro tener la sensación de no poder huir de aquello que más duele. La castaña conocía muy bien esa sensación asfixiante, vivía con ella constantemente, como si los fantasmas de su tormentosa vida quisieran recordarle lo jodida que estaba y lo negro que era todo; Elisabeta no quería creerlo y no pensaba dejarse arrastrar por toda esa mierda. 

Algo aturdida, observó el lugar percatándose de la cantidad de sangre que había perdido; se sorprendió de seguir con vida. Con una expresión de congoja acompañada de varios gimoteos agonizantes, la mujer de mirada cansada logró deshacerse del jersey para toparse con una imagen muy desagradable: Las vendas se habían encharcado del fluido rojo, se deshizo de ellas entre gritos reprimidos, desvelando así una herida que le atravesaba el hombro. Era repugnante, su piel expulsaba un liquido pringoso de un amarillo blanquecino que emitía un hedor inmundo, Elisabeta tuvo que contener sus ganas de vomitar. Tomó su mochila y comprobó que aún le quedara antiséptico.

—¡Bingo!— Exclamó al encontrarlo en el fondo de su ligero equipaje. Armándose de valor, vació el contenido del recipiente sobre su herida, tuvo que morderse el labio para no chillar; debía admitirlo, dolía diez mil veces más que cualquier cosa que hubiera sentido antes. De su herida brotó una espuma blanca que indicaba que la sustancia estaba desinfectando su laceración. Al ver que no le quedaban más vendas, Elisabeta se deshizo de sus botas y calcetines para aprovechar las vendas de sus pies, las cuales no se habían manchado demasiado para usarlas con el objetivo de limpiar y secar la herida. Al terminar, su hombro seguía sangrando bastante, pero el hedor había desaparecido y la infección se ralentizaría por un tiempo antes de llegar a su corazón. La fémina tomó el jersey para volver a vestirse, el roce de la tela con la herida era infernal, le empezó a escocer y a picar terriblemente. Observó el lugar en el que se encontraba, intentando pensar en otra cosa que no fuera su dolor. Se hallaba en una casa bastante antigua pues el moho se asomaba por las esquinas debido a la humedad. El lugar estaba manchado de sangre, pero esta era ajena a Elisabeta; seguramente los antiguos propietarios ya habían sido devorados brutalmente por los Lycans. Tras una última ojeada al lugar, la castaña tomó al fin la decisión de levantarse. 

𝐂𝐑𝐎𝐖𝐒 𝐀𝐍𝐃 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃: 𝐋𝐄𝐆𝐀𝐂𝐘 - [Karl Heisenberg Fanfic]Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora