"𝖬𝗂𝗇𝗁𝗈 𝗍𝖾𝗇𝗂́𝖺 𝗎𝗇𝖺 𝖽𝖾𝗎𝖽𝖺 𝗒 𝖩𝗂𝗌𝗎𝗇𝗀 𝗌𝖾 𝗅𝖺 𝗁𝗂𝗓𝗈 𝗉𝖺𝗀𝖺𝗋."
Lee Minho tiene un mes para embalar sus cosas y dejar la casa donde ha vivido desde niño. Su última opción para impedir el embargo es presentarse en el despach...
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Minho cambió por enésima vez de canal. No emitían nada interesante en la tele. En realidad no había nada que llamara su atención. Su vida se había quedado congelada desde que la secretaria del banquero le había dicho que el señor Han se encontraba fuera. Desde entonces le había mandado varios mensajes a su teléfono personal pero no le había contestado a ninguno. Maldito bastardo. ¿Dónde se habría metido? Decidió dejarse de rodeos y llamarlo directamente. Esto se convirtió en un pequeño método de tortura porque cada vez que marcaba el número y escuchaba el tono de llamada, su corazón latía esperanzado. Hasta que saltaba el puñetero contestador y le daban ganas de estrellar el móvil contra la pared. Hasta que de pronto oyó su voz aterciopelada y profunda al otro lado de la línea y sintió un pellizco en el estómago.
—¿Diga?
—¡Por fin me contestas!
Jisung observó que el reloj marcaba las tres de la mañana y entornó los ojos en blanco.
—Joder ¿en serio?
Minho esbozó una sonrisa tímida y traviesa.
—Llevo todo el día intentando contactar contigo pero tú no me coges el teléfono —alegó en su defensa.
—¿Y eso no te dice nada? —le dejó caer.
—Sí, pero no te va a servir de nada darme esquinazo. No pienso rendirme tan fácilmente. Por cierto, tu secretaria me ha dicho que has salido de la ciudad. ¿Dónde te has metido?
—No es de tu incumbencia.
—¿Y si se lo pregunto a Hannie?
—Te dirá que no puede ayudarte. ¿Cómo diablos va a saber él dónde se encuentra ese tal Han? Ni siquiera le conoce —contestó con suspicacia.
«Capullo», gruñó Minho para sus adentros.
—Aun así prefiero charlar con Hannie. No te ofendas pero es más agradable que tú.
—Yo también prefiero charlar con MinMin—reconoció Jisung.
—Bien, aquí Leebit llamando a Han Qaokka.
—¡QUOKKA! Maldita sea ¿cuándo lo vas a decir bien?
