Prólogo

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10 de Abril de 1912, Southampton, Inglaterra.

—¡Ya despierta, haragán!


Louis abrió los ojos como dos globos de agua que acababan de ser pinchados. Cerró la boca y se apartó de la almohada con una mueca de asco. Tenía saliva sobre ella y por ende, su mejilla también llevaba saliva seca. Además , como si fuera poco, tenía una gran marca roja en todo el costado izquierdo de su rostro.

Miró la silueta oscura de su padre. Frunció un poco los ojos, y pudo ver que llevaba una botella casi vacía de whisky en la mano.


—¿¡Cuánto te ha costado eso!?—exclamó, molesto.

—No me fastidies y lleva la harina al centro—arrastró las palabras, borracho, aparentemente.

—¡Una botella de Whisky, papá!—se quejó, levantándose de la cama y buscando en su ropero algo decente que ponerse, que no fueran camisas sucias con tierra o pantalones ahuecados— ¡Reponer eso me costará por lo menos tres semanas de trabajo sin descan...!


Troy cerró la puerta fastidiado con los gritos de aquél mocoso, y se fue a seguir tomando, mientras despertaba a sus otras dos hijas. Maldito el minuto en que Johanna pescó esa enfermedad, pensó. Aunque él no la amaba, esa mujer le hacía la vida más fácil.


—Maldición—murmuró Louis.  Al fin, después de buscar en todo el armario, encontró una camisa crema y un par de pantalones beige que no estaban sucios. Tomó con rapidez sus tirantes y se los abrochó con agilidad, antes de ponerse los zapatos y coger su sombrero de tela con una solapa al frente para protegerse del sol que estaba por salir.


No era algo glamuroso, pero era la mejor ropa que él poseía.

Salió de su pocilga después de lavarse la cara y hacer sus necesidades. Saludó a sus hermanas, que se encontraban en la cocina hirviendo algo de leche para después venderla. Felicité, la menor, también amasaba algo de pan, mientras Charlotte lavaba algunas papas.

—¿En dónde está papá?—preguntó Louis, tomando un vaso y llenándolo con leche.

—Creo que está afuera—murmuró Lottie.—Ayer compró tres botellas de Whisky, cada una vale más de treinta dólares, Louis. ¿Cómo vamos a pagar eso?—preguntó preocupada la rubia, mirando a su hermano, mientras este tomaba un gran sorbo de la leche y dejaba el vaso completamente vacío.

—No lo sé, Charlotte. Tú solo... cuida que no arme ningún pleito ni nos de problemas. Yo me encargaré de hacer lo que pueda para pagarlo.

Les volvió a dar dos besos en la frente de cada una de sus hermanas. Luego, salió trotando hacia el molinero que tenían fuera de la casa, y tomó la carretilla con siete bolsas de harina que él mismo había preparado el día anterior, antes de empezar a empujarlas en dirección a la ciudad.



Harry

—Joven Harry...—tocó la puerta levemente la mucama, abriendo poco a poco. El rizado tenía los ojos cerrados aún, el cabello descolocado por toda la almohada y las mejillas encendidas en rojizo.—Joven Harry—repitió la mujer, un poco más alto.

—¿Mhm? —repondió, sin abrir los ojos aún.

—El Titanic partirá en unas horas, su madre me ha ordenado que le comunique que debe alistarse—respondió.—Será un gran viaje para la familia Styles.

—Ya voy—respondió el rizado, con una sonrisa en los labios y los ojos verdes curvos, marcando así su felicidad. Se sentó en la cama, mientras Teresa cerraba la puerta para darle privacidad.— Un gran viaje para Harry Styles—murmuró, repitiendo lo que Teresa había dicho.—Interesante.—sonrió para sí mismo.



Louis

—Señor Swan—llamó Louis al anciano que se encontraba sentado en una silla mecedora, contando las bolsas de azúcar. Este se volteó con rapidez, encontrado a Louis con dos de los sacos de harina en los brazos.

—Oh, jovencito—saludó él.—Puedes dejarlos por allá, mientras yo saco el dinero.

Louis obedeció y empezó a cargar los sacos de dos en dos, para dejarlos en una esquina del establecimiento.

Cuando terminó, limpió el sudor de su frente.  Volteó a ver al anciano, que estaba parado detrás de él, con unos billetes en la mano.

—Aquí tienes—le dedicó una sonrisa. Louis agradeció y tomó los papeles con sus manos. Los contó con la mirada y sonrió con algo de satisfacción al ver que eran cuarenta dólares.

—Muchas gracias, señor Swan—respondió, guardando el dinero en su bolsillo. Iba a preguntar si tenía algún otro trabajo para él, cuando un chico de su edad, pasó corriendo, gritándole al señor Swan.

—¡Papá! ¡Iré a ver la inauguración del Titanic! ¡Dicen que es el barco más grande del mundo! ¡Volveré en unas horas!—exclamó el joven, subiendo en una desgastada bicicleta.

—¡Cuídate, Daniel!—exclamó en respuesta el hombre.—Bueno, Louis, sí tengo otro traba...

El hombre siguió hablando, pero Louis sólo podía pensar en una sola cosa. El Titanic. Necesitaba ir a verlo. Y no es que a él le gustaran los barcos. Él solo... sentía la necesidad de ir a echar un vistazo. En unos años, podría decir que por lo menos lo había visto, con sus propias pupilas.

Antes de que el señor Swan terminara de hablar, Louis salió corriendo detrás de Daniel. Este estaba casi en la otra cuadra, y Louis olvidó todo. Olvidó el dinero, y olvidó la carretilla. Lo único que recordó fue el cómo correr.

Le siguió los pasos a Daniel rápidamente. Corría lo más rápido que podía para no perderlo de vista, y la mayoría de gente en la calle le miraba como si estuviese loco. Louis pedía perdón cada vez que se golpeaba con alguien, y seguía dando largas zancadas.

Cuando estuvo a unos metros, paró lentamente el paso. Había mucha gente detrás de las vallas, admirando el gran barco que se izaba frente a ellos. Louis estaba haciendo lo mismo. Era hermoso, él nunca había visto algo tan grande como ese barco, ni tanta gente abarrotada. Mucho menos, tanta gente de dinero en un solo lugar.

El gran RMS Titanic, como marcaban las siglas en su costado, tenía cuatro chimeneas de vapor al medio que Louis apenas y alcanzaba a ver con todo el tumulto. El sonido del mar golpeando contra el barco y los motores funcionando le hicieron dar un respingo al joven. Estaba por dar la vuelta e irse, recordando sus responsabilidades, cuando un grupo de tres adolescentes pasaron corriendo justo por detrás de él, y Louis alcanzó a oír lo que decían.

—¡Pagarán dos mil dólares! ¡Vamos, tenemos que pedir los trabajos, antes de que se acaben los cupos!

Louis abrió la boca impresionado. Tal cantidad de dinero podría ayudarle a rentar una nueva casa, hacer un negocio, y también a lograr que sus hermanas tuviesen una buena vida. Él quería eso.

Y, sin pensar en lo que le depararía después, corrió a conseguir ese trabajo. 

Titanic. {Larry Stylinson}Where stories live. Discover now