Capítulo II, Siena

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En la península apenina, cruzada por los albos y entre el poniente y el aquilón, se encuentra la bonancible y augusta nación de la Siena, un reino pletórico de cívicos bordones, todos idóneos de vigorizarlo por sí mesmos, cada varón y cada fémina son adanidas devotos a sus monarcas, puesto que, sin ellos, el mayestático reino sienés no existiese.

La historia de la fundación del reino de Siena enceta de faze al año 1184 de la Era común con el inicio de la Sublevación de los toscanos y fenece con la Conquista toscana-espoletina, la rebelión realizada por los habitantes duna suzeranía del austro de la zona austral de la península apenina, dicha suzeranía era gobernada por un suzerano déspota, que hacía y deshacía todo lo quisiese, ejercía su potestad con puño férreo y no había nadi que lo detuviese, hasta que un día, los toscanos cansados de tantos abusos contra ellos, se alzaron en son de guerra contra el suzerano, pero para mala suerte de los toscanos, el suzerano ni siquiera hesitó para darle órdenes al Ejército para que atacasen a matar. Ciento cincuentaitrés de los doscientos toscanos rebeldes murieron a manos del Ejército. En los ulteriores días, el Ejército bajo órdenes del suzerano estuvo impeliendo incendios en las villas toscanas para sosegar los sentimientos de emancipación e insurrección toscanas, en susodichos incendios, finaron varios pueblerinos, entre ellos, diez bebés. Cuando el autocrátor de los toscanos fue informado desto, quebrantó en plañidos, tan grandísonos eran sus alaridos que, según rumores, los fenrires ulularon sin deponer, durante el día y durante la noch, por toda una hebdómada plenaria. Uno de los motivos por el cual el autocrátor toscano rasgó, fue porque uno de los bebés perecidos era su vástago.

Tres meses más tarde, después de que el ritual de aflicción ultimó, el autocrátor de los toscanos declaró oficialmente el comienzo duna nueva sedición contra el suzerano déspota, pero él sabía que con sólo cuarentaisiete combatientes los toscanos no iban a poder luchar contra la imponente fuerza del Ejército del suzerano, así que decidió enviar farautes para que estos pidiesen ayuda al pueblo vecino de los espoletinos, estos eran conocidos por ser magnánimos cazadores y virtuosos guerreros, aunque actualmente tenían menos de mil guerreros, ya que la mayoría había muerto en batallas. Los farautes toscanos llegaron a la zona norte central de la península apenina e ingresaron en territorio del Exarcado espoletino, al pisar territorio, fueron capturados por una razia que los espoletinos habían preparado. Los llevaron hasta donde estaba la máxima autoridad de los espoletinos, el exarca, él actuaba como gobernante, general militar, líder espiritual y otros cargos que en cualquier otra nación recaería en varias personas y no sólo en una. El exarca ordenó a los bisoños que dejasen libres a los farautes, estos al ser liberados de su encierro, pidieron hablar con el exarca, dicha petición tardó muchísimo en realizarse, pero después de varias súplicas, se hizo realidad. Los dos farautes se reunieron con el exarca y le expusieron la situación que los toscanos estaban enfrentando y que el autocrátor de los toscanos quería pedir a los espoletinos refuerzos en la rebelión. El exarca alborozamente acepta la propuesta toscana y el mismo día marcharon hacia al norte donde se iban a encontrar con los toscanos. Después de tres hebdómadas, los espoletinos llegaron a su destino. Tanto toscanos como espoletinos se alinearon y siguientemente formaron un ejército con soldados listos para la conflagración toscana, marcharon hacia la capital a por la cabeza del suzerano, apodado por los toscanos como «el Majagranzas».

Los toscanos y los espoletinos finalmente llegaron a la capital y al entrar a la plaza principal, comenzaron a incendiar edificios y tiendas como una venganza por el incendio de la aldea. Sólo devastación había por los caminos que cruzaban los toscanos y espoletinos, cada paso que daban, dejaba una huélliga en la mirada aspaventada de los capitalinos, después dunas dos horas por fin llegaron a la residencia del suzerano y en un abrir y cerrar de luceros, los toscanos y espoletinos desmoronaron los portones y fueron en busca del Majagranzas. Mientras esto sucedía, el suzerano abscondido en su oficina averiguaba cómo se fugaba de ahí, pero de pronto hubo un fragor que provenía de la puerta de la oficina, la puerta se desploma y cae, y seguidamente entran varios toscanos y espoletinos, quienes bruscamente percutieron el cuerpo del suzerano.

El reino debe caerWhere stories live. Discover now